Jesús tenía una forma de pensar que no era exactamente la que tenía muchísima gente del pueblo. No quería ser un rey que impusiera la justicia con el palo. Quería que la justicia no viniera solo desde arriba, sino también de abajo. Que el mismo pueblo amara la justicia y la pusiera en práctica.



El pueblo en realidad quería tener un rey que le regalara todo… Es allí donde las cosas empezaron a ir mal para Jesús. La mayoría de la gente que reclamaba justicia a gritos, no estaba dispuesta a ponerla en práctica entre ellos. Justicia a palos contra los malos y regalito para los buenos. Eso quería el pueblo, pero el pensamiento de Jesús era otro. Por eso fue abandonado. Ayer y hoy.

Cada vez que Jesús habla del Reino está hablando de justicia. Toda la actividad de Jesús a favor de los últimos, durante los tres años que precedieron a su muerte, todo su mensaje recogido en los evangelios, estuvo enfocado a que la justicia no se quedara en lindas palabras. Una Iglesia que habla de los pobres y hace mucho por ellos, pero que no ha inventado todavía cómo ser verdadero fermento para que las sociedades, donde ella tiene casa propia, se despierten y empiecen en serio a hacer justicia como primera prioridad, no es todavía la Iglesia de Jesús.

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