El viernes L. lanzó la pregunta: «¿Cuántos meses quedan para el domingo?» A L. las campañas electorales se le hacen muy largas. Se rebulle en el sofá por las noches, delante de la tele, debatiéndose entre los dimes y diretes de las diferentes opciones políticas. Lo mismo ríe que se queda pasmada. El viernes aún le parecía que quedaran meses para el domingo.

Lo bueno de una campaña electoral es que se acaba. Son necesarias, lo sabemos. Por eso las vemos transcurrir ante nuestros ojos (y nuestros sufridos oídos) como las gripes otoñales: no hay tratamiento, solo escalofríos. Leche caliente y paciencia.

Hoy es lunes y parece que han pasado meses desde el domingo. La gente se ha despertado a la misma hora de siempre, ha seguido con sus rutinas como si nada hubiera pasado. Bueno, se ha decidido el gobierno municipal de Antequera para los próximos cuatro años. O sea, que algo ha pasado. Pero no hay signos extraordinarios. Ni estrellas fugaces ni temblores de tierra. Unos llevan la procesión por dentro y otros han dejado en su casa la fiesta.

Desde la perspectiva del lunes por la mañana la vida de la gente es exactamente la misma que la del viernes. Y eso que han pasado meses desde el domingo. Esa persona que ha doblado la esquina el domingo besó con amor. Y con lujuria. La que acaba de cruzar el paso de peatones estaba algo decaída. La que mira el móvil, haciendo zigzag por la acera, el domingo ordenó su armario. Las tres votaron, con la misma naturalidad con la que hicieron otras muchas cosas.

Todos hemos pasado un feliz domingo. Mira que parece que fue hace meses. Pues no, el domingo fue ayer. La mayoría de nosotros dedicamos los domingos a intentar hacer lo que más nos gusta. Ahí entra desde agotarnos no haciendo nada a descansar con alguna actividad que prolongamos durante doce horas. Cada cierto tiempo también votamos. Uf, parecía que esta vez no iba a llegar nunca. Cuando se presente la próxima oportunidad de votar nos parecerá que fue ayer.

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