Ese mundo nuevo que nos trae Jesús se fundamenta en la igualdad, la libertad y la fraternidad entre todos los seres humano, o sea, en el carácter sagrado de cada persona y en su profundo respeto por la Tierra sin la cual ningún ser humano podría existir. Eso sería el corazón de la nueva cultura, su espíritu, su fuerza y su dinámica.

En el mudo del César, de ayer y de hoy, todo está al servicio de aquellos que tienen más poder porque tienen más tierras, armas o dinero, más talento, ciencia o belleza. Pero en el mundo de Jesús, en su reino, todo está al revés: los fuertes, los grandes, los primeros, incluyendo al mismo Dios y al mismo Jesús, están al servicio de la vida y de la grandeza de todos y de cada uno de los seres humanos, sin excepción alguna. Los fuertes se ponen en la base para soportar a los pequeños.

Así la vieja pirámide basada sobre la explotación del pequeño por el más fuerte, se invierte totalmente. El mundo vuelve a ser lo que debía haber sido desde un principio: una sociedad de hermanos, el reino o reinado de Dios, donde nadie aplaste a nadie. El triunfo de lo verdaderamente racional, normal y correcto. El triunfo de lo humano

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