Sus miedos le hacían vivir tras un parapeto de seguridad. Necesitaba sentirse protegida de todo posible peligro pero ignoraba que el peligro forma parte de la vida, que no es posible vivir sin riesgo, que la vida es disfrutar y también sufrir, reí y llorar, que no es posible saltar sin riesgo de caer… Su exceso de prudencia le permitía vivir sin sobresaltos; nunca pasaba nada en su vida, pero no se daba cuenta de que era la vida la que se le escapaba sin vivirla.
Así vivió hasta la madurez. Pero todo cambió una soleada mañana de finales de primavera. Estaba regando las flores que poblaban los arriates del patio de su casa. Lucía un sol radiante, y aquel clavel reventón empezaba a abrirse mostrando al mundo sus rojos pétalos. Mientras se deleitaba contemplando cómo los tiernos pétalos emergían de entre los sépalos del cáliz, empezó a comprender la vida. Entendió que solo cuando nos aventuramos fuera de nuestros parapetos interiores vivimos en plenitud, y que la vida está hecha a la medida de los valientes.