VIGILANCIA Y DEFENSA.- Las atalayas, vigías de la costa y de los caminos interiores, llamadas también torres almenaras por las señales de humo o fuego que enviaban, constituyeron en el pasado un sistema de vigilancia y defensa rápido y eficiente. Este sistema, aunque existente en la Península desde época púnica y romana, fue en el periodo musulmán cuando se desarrolló plenamente, creando una red perfecta de torres almenaras, capaz de poner en alerta, ante un peligro, a los habitantes de aldeas y ciudades y a los destacamentos de soldados de las fortalezas. Las atalayas sólo tuvieron función de vigilancia o acogida y se construyeron con planta circular, cuadrada o rectangular, disponiendo de un espacio interior acomodado para la estancia de un centinela o, en las llamadas torres alquerías, para albergar en caso de necesidad a los habitantes de una aldea, accediéndose a dicho espacio interno, mediante escalera móvil, a través de una abertura en la parte superior del muro.

La supervivencia de algunas torres almenaras y fortalezas musulmanas, en la provincia de Málaga, y el conocimiento, mediante documentos y exploraciones arqueológicas, de otras ya no existentes, nos permite imaginar el amplio sistema defensivo de la provincia, constituyendo la ciudad de Málaga el baluarte principal de esa defensa,

La conquista cristiana de la provincia de Málaga, coincidente ésta geográficamente en gran parte con la cora musulmana de Rayya, supone el desmantelamiento del anterior sistema defensivo, en un periodo que va desde 1329 a 1487. La toma de Ortegícar, en 1329, durante el reinado de Alfonso XI, seguida al año siguiente de Teba, Cañete, Viján y Cuevas, da lugar a un periodo de inestabilidad fronteriza, con sucesivas pérdidas y recuperaciones de las citadas poblaciones, que no permitirá la consolidación del dominio cristiano de estos lugares hasta los inicios del siglo XV, cuando el Infante Fernando, tío de Juan II, durante la minoría de edad de éste, toma la regencia de Castilla, desde 1406 hasta 1416, afianza el dominio de las plazas limítrofes a la frontera musulmana y logra la conquista de Antequera, en Septiembre de 1410, seguida en ese mismo año de la toma de los castillos de Aznalmara, Xebar y Cauche, defensores del Campo de Cámara, quedando en manos cristianas, cuando décadas después se conquiste la ciudad de Archidona,en 1462, todo el Norte de la actual provincia malagueña.

El Valle del Guadalhorce estará sometido, durante el reinado de Enrique IV, e incluso desde la minoría de edad de Juan II, a sucesivas incursiones cristianas, con tala de árboles, incendios de aldeas y destrucciones de torres y fortalezas, pero el dominio definitivo se impondrá cuando los Reyes Católicos solucionen los problemas internos de sus reinos y afronten decididamente expulsar a los musulmanes de la Península. Así pues, conquistada Álora en 1484, el Rey Católico intensifica las talas y asedios y, mediante castigos, como el de Benamaquex, y capitulaciones consigue al año siguiente las poblaciones de Coín y Cártama y las aldeas, abandonadas por sus atemorizados habitantes, de Churriana, Pupiana, Campanillas, Fadala, Alhaurín y Guaro, llegando hasta la torre del Atabal, a escasa distancia de la ciudad de Málaga.

Con la expulsión definitiva de los moriscos, decretos dados entre 1610 y 1613 para los moriscos de Andalucía, termina el último y triste capítulo de la España musulmana, aunque el sistema de vigilancia y defensa, desarrollado desde tiempos remotos, sobrevivirá a la expulsión y seguirá vigente, con sus fortalezas y atalayas en la costa mediterránea, hasta finales del siglo XVIII.

 AUTOR: Antonio
Mayorga González

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