Únicamente han transcurrido cuatro meses desde aquel seis octubre en el que Teresa Romero fue diagnosticada de ébola, generándose a su alrededor toda clase de polémicas: esta enfermera del hospital Carlos III de Madrid -mujer generosa y valiente-, se ofreció para atender a un misionero infectado del terrible mal en Sierra Leona y ese gesto -que estuvo a punto de costarle la vida- la hizo merecedora de toda nuestra admiración, gratitud y respeto; pero también, lamentablemente, la convirtió en motivo de disputas y malentendidos porque mientras ella se debatía entre la vida y la muerte -ajena a todo-, a su alrededor, se sucedían toda clase de despropósitos: algunas medidas improvisadas y determinadas manifestaciones desafortunadas, rayanas en el mal gusto, enardecieron los ánimos de seguidores, familiares o amigos que no entendiendo la necesidad de sacrificar a Exkalibur ( el perro de Teresa, al que los veterinarios consideraron «muy probablemente» contagiado por el virus), reaccionaron emocionalmente y, en su intento por salvar al animal, organizaron manifestaciones, blandieron pancartas con el lema «Salvemos a Exkalibur » y, más adelante, ofrendaron velas, flores y peluches a la memoria del animal…

Durante aquellos días, resultaba imposible encontrar algún medio de comunicación (del tipo que fuera) que no tratara prioritariamente del ébola, calificándolo de amenaza para nuestra sociedad, presentándolo como un mal imparable y generando mucha alarma social pero, a pesar de eso, ahora, solamente cuatro meses después, me pregunto qué habrá pasado con el ébola. ¿Acaso es un problema superado del que no tendremos que preocuparnos más?

Ya casi nadie habla del tema. El asunto se resolvió satisfactoriamente con la dimisión de un consejero de Sanidad; las partes han llegado a un acuerdo y todo apunta hacia un final feliz siempre que seamos capaces de mirar para otro lado, evitando ver como el ébola sigue matando personas allí, donde lo ha estado haciendo siempre sin que a nadie le importara, y finjamos ignorar que en la actualidad hay 10.000 niños huérfanos por culpa de esa terrible enfermedad. ¿Pero qué más da? Ellos están lejos, son pobres y mientras no amenacen nuestro bienestar bastará con olvidar.

Carmen Mª Herrera

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