La persona moderna no ha renunciado en absoluto a la búsqueda del “misterio” de sus orígenes y de su destino, a la búsqueda de una justicia para su vida y para el mundo, ni tampoco a un compromiso por la renovación de nuestra sociedad. El éxito de los nuevos movimientos sociales y políticos en España se debe, pienso yo, en que han abierto un rayo de esperanza en medio de la noche de la corrupción y de la hipocresía. Por eso son tan criticados y calumniados, precisamente por aquellos que no desean realmente un cambio profundo en nuestra sociedad. ¡Les va muy bien con la que tenemos!
La existencia de Dios, que en otro tiempo ponían en cuestión las ciencias, está actualmente menos sometida a crítica. Ante la organización maravillosa de este cosmos auto evolutivo, la idea de un Dios-energía no parece absurda. Más absurda parece la hipótesis de que todo es obra del azar: todo es fruto de una simple casualidad.
Pero no podemos pensar que pueda producirse un acercamiento a Dios, o a esa fuerza trascendente, si no hemos tenido una experiencia de él, con el cuerpo y los sentidos, con las emociones y el pensamiento. ¿Cómo seguir viviendo con la maleta llena de sufrimientos, fracasos, dificultades de la vida diaria, problemas sociales y laborales? En un mundo en que todo se reduce a ganarse la vida o la lucha por ganarse un puesto mejor en la sociedad, el mensaje cristiano, centrado en el amor, el compartir y la confianza, tiene cada vez menos cabida. Pero no es absurdo creer que Dios llegue a ser lo que más necesito para descubrir el sentido de mi vida y de la historia, “el principio esperanza” del que nos hablan algunos pensadores alemanes.