Todos aceptamos como un dogma que cada uno de nosotros es autor de su felicidad o de sus desdichas. Según parece, todo está en la cabeza. El pesimismo atrae desastres, el optimismo lleva al éxito. Si uno cree que nada es imposible todo se vuelve posible. Eso se llama el pensamiento positivo.
Pues bien, la Biblia, la que asusta a tanta gente, es justamente una enciclopedia del pensamiento positivo. Nos admiramos que en sus páginas, en medio de las más horrorosas desgracias, siempre todo termina bien para el que cree. Esto es el milagro de la fe. Y ¿qué es la fe? Es justamente creer que todo puede ser posible. La palabra fe significa confiar en Dios y en las personas. Los profetas se empeñan en reafirmar la vida aun donde parece reinar la muerte.
Todos los milagros de Jesús quieren decirnos solo una cosa: nadie está condenado a la fatalidad. El karma no es la ley suprema. Ni el polvo ni la muerte tienen la última palabra sobre nuestro destino. No somos prisioneros de nuestra condición de seres terrenales. Todo puede superarse, todo puede trascenderse, todo puede ser recreado.
Es necesario recuperar esta visión. La materia misma se transfigurará, el pecado se transforma en gracia, la cruz en triunfo, la muerte en vida, el esclavo en hijo, lo humano en Dios.