Los temas económicos
son siempre muy complejos.  No obstante, es
bueno saber las causas de la crisis  del llamado
estado del bienestar, establecido en Europa al final de la 2ª Guerra mundial en el 1945. Su objetivo era la intervención de los poderes
políticos en la economía en aras de compensar los daños colaterales de la
economía de libre mercado: desigualdad, pobreza, etc. El fin del Estado era la
consecución  del pleno empleo y la
defensa de los derechos de los trabajadores.
A partir de los
años setenta, con la crisis del petróleo, empieza a deteriorarse el estado de
bienestar con los recortes del gasto social, la privatización de muchos
sectores y las políticas de austeridad. A finales de los setenta se establece
en Occidente al llamado capitalismo de casino. De un capitalismo
mayoritariamente industrial (fábricas) se pasa a un capitalismo financiero o
capitalismo de casino, en el que el 93% de 
la economía son finanzas y juego especulativo. El Estado-nación ha sido
incapaz de controlar y regular la actividad financiera promovida por los
mercados. Escribe un eminente sociólogo japonés: “Hoy tenemos un poder que se
ha quitado de encima a la política y una política despojada de poder. El poder
es global, la política sigue siendo lastimosamente local”.
Otro factor que ha
provocado esta crisis ha sido la  vuelta
al feudalismo en las relaciones laborales. Es triste reconocerlo pero hoy en
Occidente nos encontramos con una enorme masa de personas (en España cerca de 6
millones) dispuestas a dejarse explotar, que además
han perdido su identidad de clase y
donde los sindicatos han perdido su papel de mediadores entre la patronal y la clase
trabajadora.
El tercer factor que nos tiene sumidos en esta crisis es la
hegemonía del pensamiento neoliberal: tenemos que  admitir que el papel del Estado ya no es el
frenar las injusticias del capitalismo, sino mantener al personal resignado y controlado. Incluso
reprimiendo la libertad de manifestación.  Para ello existe una red de empresas de la comunicación al servicio del capital y,
por otro lado, la implantación de una enseñanza universitaria encargada de  legitimar 
las grandes decisiones económicas. El economista que no defiende el desorden
establecido es tachado  de imbécil, de
utópico o de ingenuo.
El cuarto y último
factor es de tipo cultural: la sociedad del hiperconsumo. La sociedad posmoderna se caracteriza por un
hedonismo desenfrenado. Ya no somos ciudadanos sino consumidores. Se ha
desactivado, por parte de nuestros dirigentes, el papel  crucial que el movimiento obrero había tenido
en la defensa de los derechos sociales.

Todos estos
factores han roto el contrato social de posguerra. Y se ha consolidado un
modelo de economía financiera que lucha contra todo poder político o cultural y
que está consiguiendo la  creación de
desigualdades sociales cada vez más alarmantes.  

José Sánchez Luque

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