A ti, mi niña.

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A ti, mi niña. Que viniste a este mundo a alumbrar el mío. Que viniste de tan lejos y te sentía tan cerca, unidas por ese hijo rojo invisible que conecta a madres y a hijas que nacen en el corazón. Eres el milagro que hace de la maternidad, en cualquiera de sus formas, la experiencia más bella. Eres el milagro de la mayor generosidad que una vida pueda experimentar. Eres el milagro del mayor ejemplo de amor sin límites. Eres el milagro de un fuerte y poderoso deseo, constante y sostenido, no de un fugaz capricho. Eres el milagro de un deseo, que también tuvo sus momentos de dolor, inquietud, incertidumbre, miedo y desvelo. Eres el milagro de experimentar la belleza de la deseada maternidad. Eres el milagro de acoger en mis brazos temblorosos, tu cuerpecito que se abría al renacer en el mío. Eres el milagro que une el latido de dos corazones. Eres el milagro que narra nuestra historia con letras de amor. Eres el milagro de preñar mi alma, mi espíritu y mis entrañas de tanto amor que, aunque no te di la vida, mi vida entera la doy por ti. Decía Rubén Darío…. La voz de la sangre… ¡Qué flácida patraña! … Desde siempre te soñé, te imaginé, te amé.

Escrito por: Mari Carmen Doblado Algar.

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