En cada respirar de este «airecillo» nuestro, de nuestra Antequera, siento tu presencia, en los aromas que rodean infinidad de momentos de nuestra vida cotidiana, de nuestra entraña familiar, estás tú.

Es en  mi corazón de aquel niño de 6 años, donde siguen hoy aflorando esas caricias que yo te daba, esos besos llenos de baba, y hasta soportabas con verdadera veneración esos masajes y y a ese «aprendiz» de barbero que tenías… Mi corazón y todo mi ser por entero  vibran, ¡y de que manera!,  cuando escucho tu nombre de cualquiera de esos que te aprecian y te trataron en esta vida.

No pretendo otra cosa, con estas pobres letras que salen de mi poquedad, que mostrarme agradecido al Creador, al de «arriba», como tú decías, por darme a mi lado a mi «papá Pepe», un hombre del que aprendí y sigo aprendiendo.

Memoria agradecida que cada 26 de Febrero, en la anochecida, de compañeras la luna y ese aire torcaleño, en mi ojos brotan lágrimas, mezcla de melancolía y alegría por el bendito  recuerdo de un ser bueno, noble, entregado, alegre y tierno.

Esta noche tu estrella destella de una manera especial mi vida y la de todos tus seres queridos, tus hijas, yerno, nietos, hermanos, sobrinos, cuñados… Rozas tu cabellera con la mía, tocas mi alma sin tocarla, me embelesan las vivencias que cuentan de tí; salgo radiante al sol de esta primavera primeriza, serenamente y calladamente,  humedecidas las pupilas, y acompañado de los míos voy un año más, aunque este año, ya ves que no es igual,  para participar de la Santa Misa y dar gracias a Dios por tu vida.

Sigues en mí, ¡este niño no se va acordar de mí, cuando yo muera!, manifestabas a mi madre en tu última enfermedad. Tu  noble vida, será siempre mi mejor herencia. Esa sonrisa tan pura y cristalina, como la de tu padre, tu  maravillosa empatía, tu don para comprender y atender a todo aquel que te se acercaba, pobre o rico, rico o pobre, tú lo mirabas como una criatura e hijo de Dios, hacen que en mi alma sea aquel niño otra vez, que llevabas a la feria, con el que brindabas, con el que paseabas, con el que visitabas a tu madre, ¡cuan poco tiempo estuvimos juntos y cuantas cosas compartimos!.

Pasarán mil noches ,como dice Sabina, aún así seguirás en mí , hasta llegar al encuentro soñado y esperado allá junto a «mamá María». Mi abuelo Pepe, tras una corta, sufrida pero una vida «vivida», cerró los ojos aquella tarde, tal día como hoy, a las 18.30h en su casa, con la familia, y  muy pocas veces  me he cruzado con alguien que lo hubiera conocido, sin que dijera «¡que buena gente era Pepe!».

Guardo en mi corazón esa mirada tuya tan profunda y de niño, esos ojos negros que parecen no apagarse, encendidos y llameantes parecen hablarme. Desde mi admiración más profunda hacia tu figura de esposo, abuelo, padre, hijo, hermano, compañero y amigo, fijo en tí mi norte, intentando dejar en mis prójimos una huella semejante, pues la misma no puedo dejar. Por eso cuando contemplo la figura de un buen hombre, alegre, compasivo y amante de los suyos, te contemplo a tí , a mi «papá Pepe» del alma.

Tu nieto «que no te olvida nunca»

(A.A.C)