Huele a primavera, ya huele a incienso y azahar. Son días
de bulliciosa alegría y una deleitable melancolía. Viviremos horas que duran
minutos, que se sienten toda la vida. ¡OH! Las mágicas horas del Viernes Santo,
donde se experimentan vagas inquietudes, se aspiran misteriosos perfumes y aún
no se que de misterio y grandeza nos hace soñar y sentir en ésta noche de vida
y pureza, de color y de armonías. El recuerdo de las pasadas emociones aún
perduran en nosotros y una secreta languidez invade nuestra alma.
Se percibe el eco lejano de una campanita que inspira en
el corazón dulce sentimiento. No hay alegría sin dolor, ya es Viernes Santo. En
la madrugada de dicho día, Jesús, tras el ágape de hermandad en el que se
instituyó como testamento, la Eucaristía, tras su oración y sudor de sangre en
el Huerto, es prendido e inicia el sufrimiento que esa misma mañana será
negación de Pedro.
Caminamos en silencio, la hora sexta de San Juan 27, 48
ha llegado y la oscuridad cae sobre toda la tierra hasta la hora nona.
La muchedumbre arrastrada por una fuerza irresistible
hacia un mismo lugar, sube hacia esa pequeña colina coronada por la Basílica
bajo sobre la que nuestros abuelos sintieron ese mismo sentimiento que se
repite todos los días del año, cuando subes a contemplar a la Reina de la Paz.
Ya se entrevén en esa Citarilla de sentimientos
hermanados, el resplandor de las bambalinas del palio de la Reina de Santo
Domingo, Madre de Dios, Reina de la Paz Coronada por el pueblo que hoy te viene
a rezar. Bambalinas que junto a una sencilla y humilde partitura forman una
combinación celestial que repiquetea por todos los rincones de nuestra hermosa
ciudad.
Tu barrio te espera y aclama, lluvia de pétalos, saetas
que rasgan el cielo, ya baja la Reina de la Paz por calle del Viento, camino de
San Sebastián. Acompaña a su hijo bien amado, muerto y crucificado, con el alma
conturbada y el pecho atravesado por hondo puñal.
Paso antequerano, solemne, con suaves mecidas para
llevarte lo más alto posible, para que aquellos que ya gozan de la gloria
celestial puedan tenerte más cerca. Y si alguna vez sientes unas finas gotas,
no son lluvia, sino que son lágrimas de emoción de los que un día te rezaban
aquí abajo y hoy te ven desde ese balcón privilegiado rodeados de todos los
pastores del Señor.
Y como decía al principio, horas que duran minutos y que
se sienten toda la vida. El Capitán Moreno, héroe antequerano te rinde honores
desde diversas perspectivas en la historia; hoy desde San Luis, con lo que
puede admirar el encuentro glorioso y fraterno entre tú, Reina de la Paz, y la
Patrona y Alcaldesa Perpetua Virgen de los Remedios, que fue testigo
privilegiada de cómo el pueblo de Antequera te pidió coronar. Corona, que es el
símbolo perfecto de reconocimiento a tu nobleza, a tu soberanía y a la devoción
popular que se mantiene en el tiempo.
Niño Perdido, Dulce Nombre de Jesús y Santísimo Cristo de
la Buena Muerte y de la Paz aguardan tu llegada mientras admiran como los
Infantes de Marina te rinden todos los honores que mereces, hasta llegar a ese
momento mágico, único de nuestra Semana Santa, donde todos a un mismo son
comienzan a mecerse hasta perder la noción donde acaba un paso y comienza el
otro. Altares vivos en nuestras calles que el pueblo de Antequera admira con fe
y devoción.
Y aquí, tomo prestada parte de la prosa que dedicó a la
Virgen de la Paz Don José Ruiz Sánchez en su Pregón de Semana Santa en la noche
del 18 de Marzo de 1983, e introduciéndole mi impronta personal y convertida en
verso, yo te digo:
Paz,
Cielo y Calma.
De Perfil y de
Llanto,
A la Vega volando.
Peso leve, qué
milagro.
Y el que no
entienda, que venga aquí y se entere.
Virgen de la Paz,
Reina y Capitana,
Luz de guía, llena
de esperanza,
                                           Madre, de todos los antequeranos.
Ya estás de vuelta y la Plazuela de Santo Domingo no
puede parar de aplaudir, el milagro de la Vega, no para de sorprendernos.
Cuantas peticiones concedidas cuelgan en tu manto que cubre al pueblo de la muy
leal y noble ciudad de Antequera.
La Citarilla vivirá el saludo de dos Rosas Místicas, Paz
y Socorro, Socorro y Paz. Y tus fieles quedamos absortos ante cuantos ojos
contemplan, se nos nubla la mirada, se nos hace un nudo en la garganta y
apenas, madre mía, si atinamos a rezarte.
Papeles escritos con letra difícil y ya borrosa, papeles
viejos nos lo cuentan, ahora papeles convertidos en cristal en la modernidad
nos lo narran, pero sea como fuere, no lo perdamos, cuidémoslo, porque ella
siempre aguarda con su manto protector para aliviar nuestras penalidades.

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