Es difícil saber cuál era la intención del director Martin Scorsese a la hora de abarcar la salvaje historia de Jordan Belfort, apodado el lobo de Wall Street. En realidad no es tan complicado, porque aunque algunos hayan tachado a esta película de excesiva y de hacer apología de las drogas, el sexo, el derroche y, en general, de los excesos, la realidad es que Scorsese no se ha sacado nada de la manga, y tampoco se posiciona ni a favor ni en contra. Está en un cómodo terreno neutral en el que se limita a contarnos qué hizo el tal Jordan Belfort y en qué se gastaba el dinero que ganaba con métodos de dudosa legalidad.
Jordan Belfort (maravillosamente interpretado por Leonardo DiCaprio, y acompañado por Jonah Hill, que también se come la pantalla) es una especie de psicópata aficionado a estar drogado todo el día, a ir de orgía en orgía y a gastar el dinero en estupidece como rapar a una secretaria por puro placer a cambio de varios miles de dólares, y ¿por qué? Pues porque podía permitírselo.
Así que El lobo de Wall Street, por suerte, no es una película sobre economía, sino sobre unos tipos de origen humilde (capitaneados por Belfort) que de la noche a la mañana se hicieron multimillonarios, y ya sabemos lo que suele ocurrir cuando una persona empieza a ganar de dinero a un ritmo frenético. El lobo de Wall Street no trata de darnos una aburrida lección de moralidad y ética, sino que se limita a mostrarnos los
excesos y barbaridades cometidas por esa gente adinerada y viciosa. El espectador es quien debe juzgar si lo que ve le gusta o le asquea.
Sobre la película sólo cabe decir lo que todo el mundo espera de un film dirigido por Scorsese y escrito por el guionista de Los Soprano: trabajo de dirección impecable, interpretaciones de Oscar y un ritmo frenético que hace que las tres horas de duración parezcan 90 miserables minutos. Endiabladamente divertida y entretenida.
No sé si Scorsese se las vio y se las deseó para llevar a buen puerto el proyecto sin que la censura hiciese estragos, pero es difícil no preguntarse cómo es posible que una película tan mayoritaria y comercial como ésta sea tan explícita, salvaje y obscena, y es que de momento tiene el record de ser la película en la que más veces se dice la palabra joder, y si nos ponemos a contar todas las rayas de cocaína esnifadas nos pueden dar las uvas.
Y por todo esto estamos ante una de las mejores películas del 2014, sin duda alguna. Lo peor: Que más de un espectador se echará las manos a la cabeza con según qué cosas. En otras palabras: no es una película para gente sensible que se escandalice con facilidad.
¿A quién le puede interesar?: A cualquiera que no vaya a verla acompañado de sus hijos pequeños. Me cuesta creer que pueda existir alguien que no se lo pase en grande con esta película.