¡Ay! Aquellos teléfonos. Señorita, señorita, póngame con el 130 de Matalascañas. Le pongo, espere un momento. Señor, ¿donde quería llamar? Si, a Torrelodones, señorita, a Torrelodones. ¡Ah! Si, espere. ¿Me dijo al 130? Sí, al 130 de Matalascañas. Un momento. Señor la conferencia viene con demora. ¿Cuánto tiempo?. Señor, dos horas. ‘Ozú’ me trae más cuenta ir andando. Bueno, le pongo o no. Si, póngame. A usted no me he dirigido, señor… Pérez, me llamo, Pérez, José Pérez y quiero hablar con el 14 de Torrelodones. Un momento. Señor, no le puedo poner. Trae demora.
Si, dígame. Y así, te podías tirar días enteros. Luego llegaron los teléfonos automáticos. Que podíamos llamar directamente a cualquier número de la provincia, y con un prefijo si queríamos hablar fuera de ella. Hasta que más tarde, con la llegada del “DOMO” Ya podías saber hasta quien te llamaba.
Pero ahí no queda la cosa, aquí empiezan los problemas. Con la llegada de Internet, llegó el caos. Los teléfonos ya son móviles te los puedes llevar a cualquier sitio. Eso sí, solo puedes llamar 20 minutos con cada carga de un día. De ahí hasta hoy han pasado 4 generaciones de teléfono y ha dado lugar a la incomunicación, la soledad y la pérdida del dialogo de sobremesa. ¡Ay! Aquellos teléfonos.
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