La Semana Santa de Antequera desempolva un año más su tradición inalterable, intacta desde los siglos XVII y XVIII, a través de figuras únicas englobadas en el denominado ‘estilo antequerano’ que la ciudad del Torcal ha sabido conservar y traer a la actualidad, lejos de las modas que han cambiado las semanas santas en otras zonas de Andalucía.

La genética histórica de la Semana Santa de Antequera se resume en el ‘estilo antequerano’, un conjunto de matices artísticos y formales que hacen de esta fiesta, reconocida como de interés turístico nacional de Andalucía, un acontecimiento extraordinario y único.

Nueve cofradías sacarán a lo largo de estos siete 26 tronos a la calle, portados por los llamados ‘hermanacos’, grupos de hombres, en los que cada vez se encuentran más mujeres, encargados de llevar sobre sus hombros y ayudados por las ‘horquillas’, soportes de hierro y metal sobre los que descansa el trono en las paradas, los ‘retablos andantes’.

Largas filas de penitentes, en otros lugares llamados nazarenos, precederán el paso del trono, capitaneado por el ‘hermano mayor de insignia’, hombre con experiencia cofrade que además, vestirá para la ocasión una opulenta túnica y capuz de terciopelo, todo bordado en oro, y en algunos casos, verdaderas piezas de museo por su valor histórico y artístico.

En consonancia con él, encontraremos siempre a su lado al llamado ‘campanillero de lujo’, quizá la figura más singular y exportada de la Semana Santa antequerana. Serán niños y niñas que acompañarán al hermano mayor de insignia con una túnica de larguísima cola, profusos bordados en oro, capuz a juego, pecherín de encaje y joyas sobre él, mientras una campana de plata en su mano sonará cada vez que el trono pare o reanude su marcha.

Pero más allá de los personajes protagonistas, la Semana Santa de Antequera encuentra su seña de identidad en los propios tronos, en la mayoría de los casos un conjunto histórico-artístico con siglos a sus espaldas sobre los que procesionarán las imágenes de Jesús y María.

El trono antequerano, cada vez más imitado fuera de la ciudad, basa su idiosincrasia en la denominada ‘peana de carrete’, una estructura de pirámide invertida en madera tallada y dorada, de estilo barroco y adornada en muchos casos por orfebrería o tallas pequeñas tallas de ángeles, sobre la que se coloca la imagen, normalmente alumbrada por cuatro faroles de plata o candelabros a base de velas y tulipas.

Sin embargo, el estilo antequerano encuentra su esplendor en los tronos de palio, donde a la ya mencionada peana de carrete y candelabros, sin candelería, hay que añadir el palio mismo, de largos varales de plata y doble toldilla y techo de palio profusamente bordados, que conforma un conjunto muy vertical santo y seña de la Semana Santa antequerana.

Todas estas peculiaridades sin embargo, no tienen otro fin que rendir ‘culto externo’ a las sagradas imágenes que las diferentes cofradías pondrán en la calle durante estos días, obras que en su mayoría fueron ejecutadas en los siglos XVII y XVIII dentro de la denominada escuela de imaginería antequerano-granadina, corriente artística con rasgos propios que otorga a la Semana Santa de Antequera un valor incalculable.

La forma de procesionar encontrará punto álgido cuando las cofradías del Jueves Santo y del Viernes Santo, de vuelta a sus templos, realicen el rito de ‘correr la vega’, un hecho de marcada singularidad y declarado de interés provincial en el que, debido a las enormes cuestas que separan a las cofradías de sus templos, al grito de ¡A la vega! subirán corriendo con los empinadas calles con los tronos sobre los hombros entre el bullicio y el gentío.

Comienza hoy una semana en la que Antequera abrirá el enorme baúl de su historia, poniendo en valor su propia forma de rezar en la calle y haciendo a todos sus habitantes protagonistas y partícipes de un atrezzo en el que la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y los Dolores de su Madre cobrarán vida sobre los siglos acumulados en sus calles empedradas.

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