En la España de principios del siglo XX, las compañías de teléfono eran una de las principales opciones laborales para las mujeres de la época. En Villanueva de la Concepción, pueblo que se enmarca entre las montañas de la Sierra del Torcal, la primera central telefónica llegaría en junio de 1955, siendo cuna del primer oficio de muchas de las vecinas de la localidad.
Hasta que la telefonía automática no llegó al país, todas las llamadas tenían que pasar por las manos de las conocidas como ‘chicas del cable’. Guardianas de secretos transmitidos a través de cable y cobre, las telefonistas fueron mujeres que marcaron el cambio de una era. Así lo cuenta Antonia Pérez, vecina de Villanueva de la Concepción que con tan solo doce años formó parte de este oficio que hoy queda en el recuerdo. “Al no ser complejo el dominio de estos aparatos rápidamente me quedé con el uso , pero no fue así con los protocolos , dado que yo tenía poca edad y no estaba muy avanzada en estos menesteres”, recuerda con ilusión Antonia.
Para estas mujeres, la central no era únicamente un lugar de trabajo, sino que era un lugar dónde podían sentir por primera vez la autonomía robada durante años. “La central me hacía realmente feliz, me dio libertad y me hizo madurar mucho”.
Mensajeras de las buenas y las malas noticias, las ‘chicas del cable’ eran partícipes de las historias de la gente, creando un vínculo emocional con su oficio difícil de borrar. “Al no haber teléfonos en las casas había que dar muchos recados. De alguna forma éramos parte de la vida de personas que ni siquiera conocíamos”. Entre todos, hay un episodio que Antonia recuerda con especial apego. “Recuerdo que un día a unos vecinos del pueblo les tocó la lotería. Fue una gran alegría para todas poder dar esa noticia”.
Sin embargo, el trabajo de las telefonistas no siempre era fácil. Las jornadas laborales eran muy largas, de hecho, en muchas ocasiones se llegaba a ofrecer un servicio 24 horas. “Yo entraba a trabajar a las nueve de la mañana, salía a las dos a comer y volvía a las tres hasta las diez de la noche”.
Además, la jornada se volvía aún más ardua con la llegada de los temporales, que hacían peligrar las llamadas. “Recuerdo lo mal que lo pasábamos cuando llovía. Siempre que había tormenta nos quedábamos sin línea y venían a arreglarlas dos telefonistas que, recuerdo, se llamaban Barquero y Rueda”.
Mari Luisa fue otra de las telefonistas del pueblo que estuvo entre 1968 y 1975 al servicio de las llamadas. “En mi casa hacía falta el dinero por lo que cuando me ofrecieron la oportunidad dije que sí para ayudar a mi familia”. Para esta vecina trabajar en la centralita “era como un juego”. “Durante los ocho años que estuve aquella fue como mi segunda familia. Allí vivían unos parientes y yo estaba con ellos durante el día hasta por la noche, que se quedaban ellos por si había alguna urgencia, por lo que pasábamos mucho tiempo juntos”, detalla con cariño.
Tras cerrar la centralita y trasladadas las instalaciones a la Avenida Blas Infante, la casa fue modificada albergando la Tenencia de Alcaldía y la Casa Consistorial, siendo en la actualidad la sede de una asesoría administrativa.
Juanita Marín y su hermana Inés serían las últimas mujeres en ocupar las altas sillas de la centralita durante once y cuatro años, dando paso al fin de un oficio que, a día de hoy, sigue poseyendo un lugar ‘central’ en la memoria de las antiguas telefonistas del Sur del Torcal.