Es vergonzoso que en nuestro país, en 35 años de democracia, haya habido 7 leyes de educación. No somos capaces de dialogar, de escucharnos, de debatir, de unir a todos los implicados en la enseñanza: padres, alumnos, profesores, agentes sociales para que entre todos se pueda elaborar un marco educativo duradero, permanente y eficaz. Con un sistema de revisión y de control para que, por ejemplo, cada diez años se mejore o se corrijan los fallos que surjan Así nos va: nuestros niños y adolescentes –según el último Informe Pisa- se sitúan muy por debajo de la media de los 34 países de la OCDE en matemáticas, en comprensión lectora y en otras disciplinas fundamentales. La LOMCE o Ley Wert supone la ruptura del pacto constitucional y la eliminación del derecho de todos los seres humanos a una educación básica de calidad y al éxito educativo personal.

Aunque se hable de buscar una mayor calidad, hemos de convencernos que la calidad sin igualdad es elitismo y discriminación. Más que el abandono y el fracaso escolar, lo que debe preocuparnos es un sistema educativo que abandona a los escolares en su camino. Triste es reconocerlo, pero aún somos refractarios a los ideales de la ilustración, de hondas raíces bíblicas: libertad, igualdad, fraternidad. Tenemos que convencernos de que todos somos iguales y debemos ser más fraternos. Desgraciadamente la nueva Ley para la mejora de la calidad de la enseñanza sustituye al pacto educativo constitucional por una amalgama de instruccionismos, academicismos, darwinismo escolar selectivo de los mejores, autoritarismo y economicismo utilitarista.

Con estos principios ideológicos y con los recortes en dinero y educadores especializados en la nueva ley, de facto, quedan excluidos del derecho de la educación los enfermos de tipo biológico- genético, los que tienen necesidades educativas especiales, los torpes, los inmigrantes, los menos dotados, los pobres. En suma, parece evidente que esta reforma es la eliminación de una educación pública de calidad. Por eso ha nacido sin vida y criticada por muchos, incluso por bastantes personas del partido gobernante, aunque, por disciplina de voto, hayan tenido que ratificarla en ambas cámaras. En fin, ¿tendremos que llevar a nuestros niños a Finlandia –como decía hace uno días una madre- para que sean educados como Dios manda?

José Sánchez Luque

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