No es extraño escuchar en estos días, dado lo avanzado del calendario, frases como “Me acostaba hoy y me levantaba el siete de enero”, “Cada año me gustan menos estas fiestas”, “La Navidad es sólo para los niños”…y tú, ante tal despliegue de entusiasmo, asientes con media sonrisa tratando de no ser descubierto… porque a ti, indudablemente, te siguen gustando las Navidades.

Tienes muy claro que resistirse, protestar y convertirse por unos días en  el señor Scrooge no sirve de nada, estas tres semanas no van a pasar al doble de velocidad. Las aglomeraciones, los juguetes agotados, los villancicos invadiendo todos los comercios,  las calorías desatadas, el pesado de tu cuñado disertando sobre la pesca del besugo mientras se zampa los mejores canapés de la mesa… nada, absolutamente nada, hace que pierdas la ilusión en estas fechas.

En la oficina sólo escuchas balanzas inclinadas en tu contra…
Hoy toca lo caro que está el kilo de percebes y el precio tan elevado de la última consola de Sony, todo esto acompañado de un gesto sacado de una cata de vinagre. Pero tú no te dejas contagiar, te haces el sordo mientras tecleas a la vez que tarareas “El burrito sabanero”. Cuando sales a la calle ya se ha hecho de noche y cientos de lucecitas te alegran el paseo. Aprovechas para ir mirando escaparates buscando esos regalos que tanto te apetece hacer. Este año andas despistado con el de tu mujer, aunque sabes que al final la sorprenderás.

No te esfuerzas en contarle a nadie dónde está la clave, te sientes Peter Pan fuera del País de Nunca Jamás. Sabes que todo lo que hay que  hacer es dejarse llevar  por esa corriente apacible que te rodea y recordar tus Navidades de niño, aquel niño que fuiste… y es así como consigues comer polvorones sin contar calorías, pegar la nariz a los escaparates, disfrutar envolviendo paquetes con el papel de regalo más feo del mundo, llorar viendo la última escena de “Qué bello es vivir” y sonreír ampliamente cada vez que escuchas que “la Navidad es sólo para los niños”.

AUTOR: Marisa López

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