La canonización de
los papas Juan XXIII y Juan Pablo II nos lleva a reflexionar sobre tan inusitado
evento. La palabra santidad aparece hoy sujeta a muchas interpretaciones. En la
Iglesia católica está cargada de prejuicios
que impiden ver el concepto teológico en
toda su profundidad. Se identifica santidad con religiosidad, fenómenos extraordinarios
y milagros. Se habla de canonizaciones interesadas
e incluso discutidas. La Biblia y la tradición teológica de los primeros siglos
han dejado bien claro que solo Dios es
santo. Solo Jesucristo fue reconocido como el santo de Dios, y es el que con su
muerte y resurrección nos envió el Espíritu Santo que ha sido derramado sobre el
mundo y sobre toda carne. A partir de ahí la santidad tiene que ser concebida
como un estilo de vida propuesto a todo ser humano: el estilo de vida de Jesús,
el hombre apasionado por Dios y apasionado por las víctimas, que hizo avanzar
el proyecto de Reino de Dios.
los papas Juan XXIII y Juan Pablo II nos lleva a reflexionar sobre tan inusitado
evento. La palabra santidad aparece hoy sujeta a muchas interpretaciones. En la
Iglesia católica está cargada de prejuicios
que impiden ver el concepto teológico en
toda su profundidad. Se identifica santidad con religiosidad, fenómenos extraordinarios
y milagros. Se habla de canonizaciones interesadas
e incluso discutidas. La Biblia y la tradición teológica de los primeros siglos
han dejado bien claro que solo Dios es
santo. Solo Jesucristo fue reconocido como el santo de Dios, y es el que con su
muerte y resurrección nos envió el Espíritu Santo que ha sido derramado sobre el
mundo y sobre toda carne. A partir de ahí la santidad tiene que ser concebida
como un estilo de vida propuesto a todo ser humano: el estilo de vida de Jesús,
el hombre apasionado por Dios y apasionado por las víctimas, que hizo avanzar
el proyecto de Reino de Dios.
Para un amplio
sector de la Iglesia las canonizaciones han perdido interés. Por muchas razones.
Una de ellas puede ser la nueva imagen de Dios. Hasta hace pocas décadas el
concepto de Dios como juez implacable, castigador, exigente y lejano, hacía que la gente se acercara más a la Virgen
y a los santos. Los veíamos como más cercanos, más comprensivos e indulgentes.
Pero al extenderse la fe en un Dios cercano,
padre- madre, tierno, comprensivo y lleno de infinito amor, ya los
intermediarios han perdido relevancia. Por
otra parte, la inflación de los últimos
papas que han beatificado sobre mil personas y han canonizado a cerca de cincuenta, ha hecho
que estas declaraciones pierdan relevancia. Pensemos que la Iglesia no pretende presentarnos
a superhombres o a súper mujeres, dotados
de poderes extraordinarios. Más bien lo
que la Iglesia pretende decirnos al canonizar a una persona es que en la ambigüedad
de una vida humana, con sus fallos y contradicciones, y con sus aspectos
evangélicos y humanos, se manifiesta la
gracia de Dios.
sector de la Iglesia las canonizaciones han perdido interés. Por muchas razones.
Una de ellas puede ser la nueva imagen de Dios. Hasta hace pocas décadas el
concepto de Dios como juez implacable, castigador, exigente y lejano, hacía que la gente se acercara más a la Virgen
y a los santos. Los veíamos como más cercanos, más comprensivos e indulgentes.
Pero al extenderse la fe en un Dios cercano,
padre- madre, tierno, comprensivo y lleno de infinito amor, ya los
intermediarios han perdido relevancia. Por
otra parte, la inflación de los últimos
papas que han beatificado sobre mil personas y han canonizado a cerca de cincuenta, ha hecho
que estas declaraciones pierdan relevancia. Pensemos que la Iglesia no pretende presentarnos
a superhombres o a súper mujeres, dotados
de poderes extraordinarios. Más bien lo
que la Iglesia pretende decirnos al canonizar a una persona es que en la ambigüedad
de una vida humana, con sus fallos y contradicciones, y con sus aspectos
evangélicos y humanos, se manifiesta la
gracia de Dios.
Sin duda que en
Juan XXIII, testigo de la bondad y de la compasión activa, y en Juan Pablo II,
testigo de una tenaz ortodoxia, se han hecho presentes la bondad y la
misericordia del Dios de Jesús. Han sido dos personas muy distintas, incluso
con un concepto de Iglesia bastante
divergente, pero han sido capaces de tender puentes y
derribar muros para una mayor humanización de nuestro mundo.
Juan XXIII, testigo de la bondad y de la compasión activa, y en Juan Pablo II,
testigo de una tenaz ortodoxia, se han hecho presentes la bondad y la
misericordia del Dios de Jesús. Han sido dos personas muy distintas, incluso
con un concepto de Iglesia bastante
divergente, pero han sido capaces de tender puentes y
derribar muros para una mayor humanización de nuestro mundo.
El largo
pontificado de Juan Pablo II marcó a la Iglesia. Pero mucho más la marcó el pontificado
relámpago de Juan XXIII a través de su concilio. Si el papa Francisco lograra
desatar el concilio de las hermenéuticas conservadoras y restauradoras y
llevarlo adelante por canales a penas esbozados u obstruidos, como la Iglesia
pobre de los pobres, la colegialidad en todos los ámbitos, la reforma en
profundidad de la curia, la profecía, el protagonismo de la mujer, etc., como
lo indica en su documento programático “La alegría del Evangelio”, y
nuestros pastores se deciden a aplicarlo “sin prohibiciones ni miedos” (EG 33)
en sus diócesis, estaríamos ante un cambio
verdaderamente evangélico y relevante de la Iglesia.
pontificado de Juan Pablo II marcó a la Iglesia. Pero mucho más la marcó el pontificado
relámpago de Juan XXIII a través de su concilio. Si el papa Francisco lograra
desatar el concilio de las hermenéuticas conservadoras y restauradoras y
llevarlo adelante por canales a penas esbozados u obstruidos, como la Iglesia
pobre de los pobres, la colegialidad en todos los ámbitos, la reforma en
profundidad de la curia, la profecía, el protagonismo de la mujer, etc., como
lo indica en su documento programático “La alegría del Evangelio”, y
nuestros pastores se deciden a aplicarlo “sin prohibiciones ni miedos” (EG 33)
en sus diócesis, estaríamos ante un cambio
verdaderamente evangélico y relevante de la Iglesia.
Sería triste que
ahora que tenemos un papa como Dios manda, nuestros obispos no le obedezcan. Con esto no pretendo
insinuar que los otros papas hayan sido mediocres. Ni mucho menos. Todos los
papas del siglo XX han sido personas de
una valía fuera de lo común. Pero han tenido una limitación: se han dejado
llevar demasiado por los dictados de los tres mil componentes de la curia romana,
lo que les ha dado un talante, en algunos aspectos, poco valiente y renovador. Es célebre la
anécdota de Pablo VI cuando le rogó a un obispo: “Monseñor, dígale
V. al mundo lo que yo no puedo decirle porque no me lo permiten”. Todos los
papas recientes han sido, en bastantes aspectos, rehenes de la curia menos Juan XXIII y el papa
Francisco. Esperamos que ahora que tenemos un
papa abierto, creativo y sin miedos, nuestros obispos comprendan que “el Señor no nos quiere príncipes que se esconden ante los problemas y
se encierran en su comodidad. Porque la comodidad –escribe Francisco con
asombrosa claridad- no es más que un
lento suicidio” (EG 271 y 272).
ahora que tenemos un papa como Dios manda, nuestros obispos no le obedezcan. Con esto no pretendo
insinuar que los otros papas hayan sido mediocres. Ni mucho menos. Todos los
papas del siglo XX han sido personas de
una valía fuera de lo común. Pero han tenido una limitación: se han dejado
llevar demasiado por los dictados de los tres mil componentes de la curia romana,
lo que les ha dado un talante, en algunos aspectos, poco valiente y renovador. Es célebre la
anécdota de Pablo VI cuando le rogó a un obispo: “Monseñor, dígale
V. al mundo lo que yo no puedo decirle porque no me lo permiten”. Todos los
papas recientes han sido, en bastantes aspectos, rehenes de la curia menos Juan XXIII y el papa
Francisco. Esperamos que ahora que tenemos un
papa abierto, creativo y sin miedos, nuestros obispos comprendan que “el Señor no nos quiere príncipes que se esconden ante los problemas y
se encierran en su comodidad. Porque la comodidad –escribe Francisco con
asombrosa claridad- no es más que un
lento suicidio” (EG 271 y 272).
Confiamos en que
san Juan XXIII y san Juan Pablo II hagan el milagro que necesitamos. Y que nos
enseñen a obispos, cardenales, curas y laicos a vivir abiertos a la novedad de Jesús
luchando sin miedo por hacer un mundo más humano y fraterno, donde todas las
personas tengan trabajo, pan, techo y dignidad. Le rogamos a los dos nuevos
santos nos concedan obispos y curas a
los que nos les preocupe presidir, ni
guiar, ni preservar la verdad, sino acompañar, comprender y descubrir la buena
noticia de Jesús junto a los humillados de la tierra. “Que no caigan en la
tentación de mantenerse a una prudente distancia de las llagas del Señor;
porque Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne
sufriente de los demás”, como escribe el
papa Francisco en el nº 270 de su exhortación. ¡Buen compromiso de Pascua!
san Juan XXIII y san Juan Pablo II hagan el milagro que necesitamos. Y que nos
enseñen a obispos, cardenales, curas y laicos a vivir abiertos a la novedad de Jesús
luchando sin miedo por hacer un mundo más humano y fraterno, donde todas las
personas tengan trabajo, pan, techo y dignidad. Le rogamos a los dos nuevos
santos nos concedan obispos y curas a
los que nos les preocupe presidir, ni
guiar, ni preservar la verdad, sino acompañar, comprender y descubrir la buena
noticia de Jesús junto a los humillados de la tierra. “Que no caigan en la
tentación de mantenerse a una prudente distancia de las llagas del Señor;
porque Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne
sufriente de los demás”, como escribe el
papa Francisco en el nº 270 de su exhortación. ¡Buen compromiso de Pascua!
José Sánchez Luque
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