Los días ventosos son muy molestos, casi no se puede estar en la calle y es mucho más agradable sentarse a ver la tele al calor del brasero. El frío ha asomado tímidamente hasta ahora pero algo tienen nuestras rutinas relacionadas con el clima, que si no las seguimos como hemos hecho toda la vida nos ponemos muy inquietos. Como los osos cuando llega el momento de hibernar en la caverna, supongo.
En la calle Estepa el viento se divertía mareando la hojarasca y modelando siluetas con el polvo. En la Alameda una nube de papeles recibía instrucción sobre vuelo acrobático. En alguna calle estrecha el aire se lamentaba con voz grave. Con las piernas insertadas en la mesa camilla el resto del cuerpo atendía la noticia de la muerte de la duquesa de Alba. Una mujer rebelde, valiente y que vivió como quiso, decían. Digna de elogio, sin duda. Poseer una enorme fortuna seguro que ayuda a desarrollar esas cualidades. Pero hay que reconocer que la gran mayoría de los millonarios no son ni rebeldes ni valientes. Vivir como quieren, eso tal vez sí, aunque en un sentido ligeramente distinto.
La tele zumbaba y parpadeaba a la velocidad de la luz. Mencionaron los 46 títulos nobiliarios. Repitieron el tópico de siempre: si la duquesa de Alba y la reina de Inglaterra se hubieran encontrado, ésta se hubiera tenido que inclinar ante Cayetana. Repasaron su vida y sus matrimonios. Blablabla. Mucha cháchara inútil para llenar segundos por llenarlos. Mejor leer mañana la prensa nacional. Por pensar que algo distinto habrá en esas páginas.
En la plaza de San Sebastián las palomas volaban contra corriente con la facilidad de un velero. Un río de viento bajaba por la Avenida de la Legión. En casa las persianas se agarraban desesperadamente a sus goznes. En la tele seguían festejando a la nobleza. Era mi oportunidad, así que le dije a L.: «¿A que yo te trato como a una reina?» Y ella me contestó: «Mejor trátame como a una princesa. En cuanto te conviertes en reina nadie te hace caso».
Autor: Salvador Rivas
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