Debe haber poca gente que no haya visto alguna vez El Intermedio, en la Sexta. Por las noches, después de cenar, informan de la actualidad en clave de humor corrosivo. Con frecuencia L. dice: «vamos a verlo y nos reímos un rato». En efecto, a los cinco minutos está riéndose y, al mismo tiempo, cada vez se encoge más en el sofá, hasta llegar a esconder su rostro, invadida por la vergüenza ajena. El panorama político da para eso y mucho más.
Parte de ese panorama político ha estado dominado en las últimas semanas por el famoso virus del ébola, que ha oscilado igualmente entre la carcajada y la indignación. Aparte de la preocupación por la enfermera madrileña.
Por la tele han desfilado consejeros impresentables, ministras incompetentes, profesionales que se llevaban las manos a la cabeza (y no los guantes a la cara) y tertulianos de todos los colores. Tertulianos con argumentos tan consistentes como la melodía de cualquier ruido de fondo. Para L. el contagio es una simple cuestión de tiempo, un axioma estadístico: cuantos más enfermos tratados en España, mayores probabilidades. Tal vez el caos preventivo y organizativo sea, en efecto, algo ajeno a las cuestiones médicas, pero las envuelve, las condiciona y se confunde con ellas en no pocas ocasiones. Aún tengo metido en la cabeza que España es un país serio, así que ante sacudidas como ésta me asalta un estado de postración cada vez más profundo. Día tras día hay menos certezas en las que confiar, menos valores que no hayan sido manchados.
Los políticos creen que los ciudadanos somos como peces sin memoria, como sujetos hipnotizados ante una pantalla que sólo reaccionan durante diez segundos de presente. Anoche pusimos El Intermedio para convertir en una risa a medias algunos completos desastres. Fue L. la primera en entrar en shock, después yo sufrí algunas convulsiones. Nos cogieron con la guardia baja: los responsables políticos decían, en la tele, que la curación de la enfermera contagiada por el ébola era la demostración de la fortaleza de la sanidad pública madrileña. ¿Pero de qué diantres se han contagiado ellos?