Según el informe anual del Ministerio de Sanidad, en 2012 se realizaron 112.390 abortos: 101.151 mujeres interrumpieron su gestación por voluntad propia, a las que se suman 3.124 que lo hicieron por anomalía fetal grave.

Recientemente el Consejo de Ministros aprobó el anteproyecto de reforma de la ley del aborto. La nueva norma, presentada por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, ha iniciado su andadura rodeada de mucha polémica y profundas discrepancias, dando lugar a oleadas de reivindicaciones de partidos políticos, fundaciones y asociaciones que,  con puntos de vista encontrados,  pretenden hacerse oír  y hasta imponer, cueste lo que cueste, sus posturas.

112.390 interrupciones del embarazo hacen pensar en una ley permisiva que, centrada en resguardar `debatibles derechos de la mujer´ se olvidó de amparar a quienes formando también parte del embarazo, por su indefensión, más lo necesitaban. El tema, de un calado social extraordinario, no deja indiferente a nadie y el nuevo anteproyecto de reforma de la ley del aborto, nacido con vocación de subsanar errores, llega suscitando apasionados debates entre posiciones que, siendo definitivamente irreconciliables, terminan perdiéndose entre confusas motivaciones de tipo técnico, religioso o político.

Partiendo de este punto, y desde mi propio convencimiento, con el respeto más absoluto hacia las personas que sinceramente piensan de manera distinta, me gustaría compartir una información que apoya científicamente lo que para mí, hasta ahora, había sido pura intuición.

En un artículo de Joseph A. Wottering, ‘El ADN, argumento científico para poner fin a los abortos’, se afirma que la maravilla científica del ADN establece el hecho de que, por mandato de la naturaleza, la primera célula humana que se forma cuando el espermatozoide penetra el óvulo, contiene un ADN exclusivo, demostrablemente diferente al de los padres: el que ese ADN humano no haya existido antes, ni pueda volver a existir, decreta que esa primera célula humana y todas las que se formaran  después, poseen identidad propia, no son parte del cuerpo de otra persona, y  anula el argumento esgrimido por algunas mujeres de «soy libre de escoger lo que quiero hacer, con mi propio cuerpo»

Carmen María Herrera

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