Ya llega el miércoles de ceniza, a algunos no le dirá nada, pero para los cristianos sí es un gran punto de referencia. Porque este día da comienzo la Cuaresma y, con la imposición de las cenizas, nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

La Cuaresma es el período del tiempo litúrgico destinado por la Iglesia católica, la Iglesia católica ortodoxa y la Iglesia anglicana, además de ciertas iglesias evangélicas, aunque con inicios y duraciones distintas, para la preparación de la fiesta de Pascua.

La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina justo antes de la ‘Misa de la Cena del Señor’ en la tarde del Jueves Santo. La duración de cuarenta días proviene de varias referencias bíblicas y simboliza la prueba de Jesús al vivir durante cuarenta días en el desierto previos a su misión pública. También simbolizan los cuarenta días que duró el diluvio, además de los cuarenta años de la marcha del pueblo israelita por el desierto y los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. A lo largo del tiempo de Cuaresma, los cristianos son llamados a reforzar su fe mediante diversos actos de penitencia y reflexión. La Cuaresma tiene cinco domingos más el Domingo de Ramos (seis en total), en cuyas lecturas los temas de la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón son dominantes. No es un tiempo triste, sino más bien meditativo y recogido. Es, por excelencia, el tiempo de conversión y penitencia del año litúrgico. Por eso, en la misa católica no se canta el ‘Gloria’ al final del acto penitencial (excepto el Jueves Santo, en la Misa de la Cena del Señor), ni el ‘Aleluya’ antes del Evangelio. El color litúrgico asociado a este período es el morado, asociado al duelo, la penitencia y el sacrificio y, cómo no, ayuda al prójimo.

Prójimo que tenemos que respetar, amar y ayudar ya sea de cualquier raza, creencia religiosa u orientación sexual.

Juan Ortigosa