Estuve seis meses esperando que me enviaran la reedición de Mi vida querida (Editorial Lumen), de Alice Munro, la escritora canadiense que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2013. Tenía especial interés en leerlo, porque Munro está especializada en relatos, de los que ha publicado doce colecciones, aunque también tiene dos novelas. Yo no es que esté especializado en relatos, es que no doy más de mí que unos cuantos folios en cada historia. Pero al fin me llegó Mi vida querida y, por los pequeños azares del día a día, mantuve el libro a la espera varias semanas más. Bueno, por el azar y porque L. se me adelantó y empezó a leerlo. Cuando terminó le pregunté qué le parecía y su respuesta no fue demasiado entusiasta. Munro toma distancias con sus historias y sus personajes, y esto es parte de su encanto, pero esta distancia puede acabar por transmitirse al lector. Yo también acabé un tanto confuso sobre las sensaciones que me despertaban los relatos de Mi vida querida.
Son diez cuentos y otras cuatro narraciones, éstas supuestamente autobiográficas, que pueden etiquetarse como «basadas en hechos reales» más que como fieles rememoraciones de la infancia de la autora. Acabé confuso, dividido entre el entusiasmo por la irreprochable prosa de Alice Munro y la gélida desolación que supuraban aquellas páginas. Siempre con el protagonismo de las mujeres. Relatos que no parecen tener un comienzo y un final, que aparentan ser fragmentos de vidas presentados al azar. El miércoles por la noche se me volvió a venir a la cabeza Mi vida querida. Ponían en televisión la película Nebraska (dirigida por Alexander Payne en 2013), con el protagonismo de un magistral Bruce Dern. Rodada en un blanco y negro que araña los ojos, a pesar de ello no puedes dejar de mirar la pantalla. Desfila un paisaje desolado tras otro y por ellos transitan unos personajes a tono con esos grandes espacios vacíos. Tuve la misma sensación que con los relatos de Alice Munro.
Salvador Rivas