Los días previos a escribir para estas páginas suelo agudizar mis sentidos  ante cualquier fuente de información que me llega. Es fácil verme elevar una ceja ante el telediario o limpiar mis gafas exhaustivamente antes de abrir un periódico. Busco alguna noticia, por pequeña que sea, capaz de provocarme unas ganas locas de ponerme a teclear esa comitiva de letras que terminen expresando mi opinión sobre dicho asunto. Algo que me haga sentir, reflexionar, reaccionar, que me inste a querer gritar las penas, injusticias, debilidades, alegrías o fortunas que ocurren en este mundo, a pesar de saber que mi voz no se escuchará más allá de este municipio. Y hoy he aquí mi problema, esta vez no sé sobre qué escribir.

La cara de no haber roto un plato de Chaves y Griñán, a la salida de los juzgados, me ha tentado bastante, tanto como la de Rato siendo detenido y que nada tiene que ver con la sonrisa que lució el día que, campana en mano, daba salida a las acciones de Bankia. Tampoco ha llegado a seducirme el culebrón montado en UPYD ni el regalazo de Pablo a su majestad. Por no decir el gesto de «lo que nos faltaba» que se me ha puesto al escuchar a Maduro pelear concienzudamente por no deteriorar las relaciones diplomáticas con nuestro país, ¡qué comedido, sensato y sutil es este caballero! También me he parado a pensar en el Ártico y en el pesquero ruso soltando porquerías en un mar tan majestuoso como indefenso. No me ha quedado nada por escrudiñar, hasta la nueva gira de los Hombres G, a la que podría sacar tanta punta como acidez de un limón. Y qué me dicen de las conversaciones grabadas por el petardo Nicolás, que aún ando digiriendo con ayuda de un puñado de sal de frutas.

No niego que el catálogo donde escoger es abundante y variopinto.  Quizás ese sea el problema. Espero me disculpen y que no les suene a mofa, porque al final tengo tanto sobre qué escribir que he decidido hacerlo sobre nada.

Marisa López

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