Es viernes y acabo de encontrarme en la calle Cantareros a mi amiga J. El cielo está nublado y empieza a caer una fina llovizna. Ella me guarece bajo su paraguas. Yo regreso de la farmacia y no llevo paraguas, como siempre, qué le vamos a hacer. He recogido un medicamento que encargué el jueves tras recorrer siete farmacias de la ciudad y no encontrarlo. Creo que sólo me dejé atrás unas pocas.

Hace mucho que no veo a J. Nos hacemos las preguntas protocolarias para resumir nuestras vidas en unos pocos segundos. Ella menciona su inquietud por el futuro inmediato, con “los nuevos” asomando por el horizonte y planteando no pocas incertidumbres. Yo bromeo sobre esos nuevos políticos que, según dicen, devoran niños y arrancan el corazón de los desprevenidos transeúntes. Pues sí, aparentemente son jóvenes profesores universitarios y algunos hasta científicos.

Ambos coincidimos en que el día a día en la prensa es una tremenda cascada de exclamaciones de sorpresa y expresiones de estupor. Por la mañana temprano, al revisar las ediciones digitales de los periódicos –le cuento a J.-, se me viene a la cabeza la imagen de un buen potaje, con los garbanzos saltando por el hervor. Hay que probarlo con cuidado para no quemarse. Luego ya te haces a la temperatura. En fin, nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar, pero nos despedimos deseando que a todo el mundo le vaya bien.

La llovizna se ha disuelto y sobre la Alameda se esparce una luz suave, tamizada por las nubes. Las personas con las que me cruzo caminan deprisa, igual que yo. Otras se han parado un momento y hablan entre ellas. No parece que nadie tenga miedo, o al menos no más miedo que aquel que todos hemos interiorizado a causa de esta muy prolongada crisis. Tal vez estemos tan fatigados que ya ni nos demos cuenta del ruido de fondo político. Es como tener la tele puesta sin verla, pero nos da compaña, como dice mi madre. Bueno, le contesto, al menos busquemos un buen canal que nos haga sonreír.

Autor: Salvador Rivas

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