Acabamos de “estrenar” un nuevo año, y con ello vino la “inauguración” del nuevo año cofrade con la Festividad del Dulce Nombre de Jesús de la Archicofradía de Abajo y ya entramos en esa cuenta atrás, en ese hormigueo en el estómago de los cofrades, en ese período de preparación, ya quedan menos de 100 días para la llegada de la Semana Santa, donde rememoramos los cristianos con más fuerza si cabe, el triunfo de la vida y la verdad sobre la muerte y la mentira.
Mirando en el “baúl de los recuerdos”, me vienen a la memoria rostros de personas, alguna de ellas particularmente querida, rostros de los que cada año se emocionan cuando una imagen ocupa su lugar en el trono; rostros de quienes, aún estando lejos, reviven en estos días cada uno de los momentos que tienen grabados en su memoria hasta el punto de disfrutarlos; rostros infantiles que atisban el paso de la imagen con asombro en la mirada y en el corazón. Yo, como ya sabéis siempre aguardo con especial énfasis la llegada del Lunes Santo y el Viernes Santo, para que, tras un silencio y un suspiro emocionado, gritar: ¡Viva la Virgen de la Vera Cruz!, ¡Viva la Cofradía de los Estudiantes!, ¡Viva la Madre de Dios!, ¡Viva la Virgen de la Paz! y ¡Viva la Cofradía de Abajo!
La fisonomía de la muy noble y leal ciudad de Antequera, está configurada por la fe cristiana, y no se puede definir nuestra identidad antequerana de hoy sin referencia al hecho más decisivo de su historia, que es el cristianismo. Pretender arrancar a Jesucristo de la identidad de nuestros pueblos, o reducir la fe cristiana a un elemento más de esa identidad junto a otros, o a un hecho del pasado, que permanece sólo como residuo cultural, estético o folclórico, es hacer una terrible injusticia a la verdad histórica y a la realidad presente de Antequera.
Es esencial a una Cofradía salir y caminar en esfuerzo compartido, llevando por nuestras calles y plazas el Misterio divino del Hijo de Dios que padece y se entrega a la Muerte para redimir a la Humanidad. Y en ese peregrinar al compás de Cristo, la Cofradía experimenta que hay personas que dejan tras de sí como una carga de amor, de sufrimiento aceptado, de pureza y de verdad, que llega y sostiene a los demás. Nuestras Cofradías afianzan su voluntad de mostrar al Redentor y a su Madre porque saben que el martirio es la demostración más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta. (I.M. 10,13)
A los cofrades nos toca vivir de nuevo, un año más ésta etapa de preparación, preparación no solo de lo estético, sino de lo espiritual y vivir desde la responsabilidad de tomar ejemplo de lo cual celebramos en la Semana de Pasión.
Antonio García Mendoza