Han realizado con sus propios medios y con ayuda del pueblo un viaje en furgoneta de más de 7.000 kilómetros en cuestión de cuatro días hasta la frontera con Polonia en Lublin para prestar ayuda humanitaria
Sus vidas cambiaron para siempre en el mismo momento en el que cogieron un tren de ida pero sin fecha de vuelta a casa. Era 7 de marzo cuando madre e hija huyeron del horror de la guerra provocada por la ofensiva rusa que se aproximaba a su ciudad natal Zaporiyia, al sur de Ucrania. Les tomó una semana llegar a la frontera con Polonia pero no tardaron en realizar una llamada de auxilio a Nadia, familiar ucraniana residente en España desde hace más de 18 años.
Nadia intentó por todos los medios conseguir ayuda desde Vélez Málaga, municipio de la Axarquía en el que actualmente vive con su marido y sus tres hijos.
Tras varios días de incesantes llamadas telefónicas, el azar o el destino cruzó en su camino a cuatro jóvenes de Villanueva del Trabuco: Cándido, Taka, Manuel y Fran. Promovidos por la solidaridad con el pueblo ucraniano, iban a emprender un viaje desde su pueblo hasta Bielsko Biala, Polonia, para llevar, principalmente, medicamentos y alimentos para bebés. «Sentíamos la necesidad de aportar nuestro granito de arena», cuentan.
Fue entonces cuando recibieron la petición de SOS de esta ucraniana afincada en Málaga. Ya no solo eran una madre y una niña las que pedían su rescate, sino tres mujeres y cuatro niños más. En total, nueve personas que deseaban escapar del terror.
No había tiempo que perder. La expedición fue organizada en dos días. Arropados por asociaciones y vecinos del municipio que realizaron donativos conforme se daba a conocer la noticia, estos cuatro jóvenes cargaron dos furgonetas de material humanitario y prepararon nueve plazas vacías que esperaban ser ocupadas de vuelta a sus hogares.
En el periplo con destino Polonia condujeron por Francia, Alemania y Chequia. Recorrieron alrededor de 3.600 kilómetros y pasaron 41 horas de carretera y manta hasta que al fin recogieron a las familias en Lublin, ciudad polaca situada a unos 140 kilómetros de la frontera con Ucrania donde ya había un gran número de refugiados que estaban siendo atendidos por Cáritas Polonia.
«Al encontrarse con nosotros y presentarnos mostraban su rostro tímido casi sin querer mantenernos la mirada. Eran madres acompañadas de sus hijos pequeños que estaban dejando toda su vida atrás e iban a realizar un viaje de 3.500 kilómetros con personas desconocidas», recuerdan así las primeras impresiones tras ver que las familias iban con lo puesto. «El poco equipaje que tienen demuestra la rapidez con la que tuvieron que dejar sus casas. Apenas una mochila y una bolsa de mano es todo lo que tienen», indican.
En el viaje de vuelta intentaron que todos estuvieran lo más cómodos posible. «Son personas con mucha humildad, agradecidas y con una educación inmejorable. Durante todo el viaje intentaban no molestar y mantener a los niños en calma. Cuando parábamos para comer apenas querían nada, se conformaban con poca cosa. Teníamos que insistir para que no tuvieran reparo en pedir todo lo que quisieran», explican.
Cuando llegaron a Vélez Málaga y se encontraron con Nadia «hubo una gran emoción y alegría, después de todo lo que llevaban a su espalda».
En su caso, Nadia recuerda el momento con mucho orgullo y ya los considera una familia. «Los chicos del Trabuco se han portado súper bien, me han traído a los niños en brazos. Han tenido un trato estupendo y estoy muy contenta de conocer a gente así. Estaremos eternamente agradecidos, son un ejemplo a seguir con este gesto tan bonito con el que han mejorado la vida de estas personas aunque sea solo de forma temporal».
Estos cuatro trabuqueños no quieren protagonismo ni medallas, únicamente desean que más gente se involucre con la causa y aporte lo que pueda. «Reconforta saber que hemos podido ayudar a cuatro familias, todo lo que llevan pasado es durísimo, pero ahora le queda otro duro camino, rehacer sus vidas en un país donde la cultura, idioma y costumbres son totalmente diferentes con solo una mochila en su mano. La pena es que desgraciadamente este tema se irá olvidando y nos volveremos a preocupar en cosas banales. Pero esto es para largo plazo y toda ayuda es poca».
Confiesan que volverían a hacerlo una y mil veces más, «aunque obviamente eso no es sostenible para nosotros, nuestras familias y ocupaciones». Pero si hay algo que han aprendido es a ponerse en la piel del otro.
Yuliia, Artem, Olha, Ahnesa, Marina, Adriana, Anastasiia, Egor y Darine comienzan una nueva vida «digna y en paz», gracias al apoyo de todos. Sin embargo, la preocupación sigue siendo máxima. Cada día están pendientes del teléfono, preguntándose todo el rato si sus maridos están vivos, si su casa sigue en pie y contando las horas para marcharse de nuevo a su país. «Todos quieren volver en cuanto termine la guerra. Allí están sus padres, sus abuelos, sus maridos, sus amigos, sus puestos de trabajo, en definitiva, su vida entera. Pero no sabemos qué va a pasar», admite Nadia.
Todavía son más los familiares que tiene en Ucrania, de donde no quieren irse por miedo a no ver nunca más a sus seres queridos o por la incertidumbre sobre lo que les depara al otro lado de la frontera.
Este es solo un ejemplo de las muchas familias ucranianas que huyen de la guerra, aunque no todos han tenido la misma suerte.