Amor sin sentir pasión por la justicia no es amor. Sin justicia el amor no tiene pies, ni piernas, ni manos, ni nada. Es como un auto, último modelo, pero sin ruedas, o sin volante. Es la justicia la que hace que el auto del amor fraterno funcione como corresponde. Si realmente tengo amor y quiero amar, lo primero que tengo que hacer es trabajar por la justicia. Eso es lo primero.
Sabemos que toda la Biblia culmina en esa frase: Dios es amor. El que ama conoce a Dios. El que ama cumple toda la ley. El amor es todo. Y Jesús nos amó hasta a extremo, hasta la cruz. Pero antes Jesús centró su vida cotidiana en el amor, en la opción por los más débiles y marginados.. Todas las personas tendríamos que tener esto grabado en nuestro corazón, en nuestra cultura, en nuestros genes y sobre las torres de iglesias, mezquitas, sinagogas o pagodas. Lo tendríamos que tener grabado sobre cada piedra. Para que el mundo entero sepa cual debe ser la identidad de todo ser humano: amor, sí, pero también justicia. Inseparables. Todo lo demás libertad, paz, prosperidad, viene por añadidura. Porque, como dijo el profeta Isaías, la paz es el fruto de la justicia.
Cada vez que Jesús hablaba del Reino de Dios, se refería exclusivamente a una justicia que se traduce en pan, en salud, en perdón de las deudas, en liberación de los encarcelados, en fin, en paz. Jesús era la respuesta a las esperanzas de los pobres. Por eso el pueblo andaba eufórico detrás de él y lo querían hacer rey.
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