Vivo en plena “Zona de Ocio”.
Cada fin de semana, ante el “espectáculo” que mis ojos ven y mis oídos oyen, surgen mis dudas acerca de si, mientras no mejore la educación, los progresos experimentados por la humanidad han servido para algo.
Viudo, mayor, -viejo, en realidad, para qué vamos a disimular- y vencido por los múltiples batacazos de la vida, sólo pretendo que, al menos, me dejen descansar durante las horas de la noche. Lo llevo pidiendo mucho tiempo, -para mí y, por supuesto, para mis vecinos- pero nadie parece escucharme.
Es deplorable la situación que estamos viviendo en la “Zona de Ocio”, -Calles Calzada, Barrero, Obispo, Callejón Barrero…- nombre que, en este caso, es un eufemismo, porque el ocio no debe estar reñido con el descanso.
En primer lugar, ¿por qué la gente se habrá acostumbrado a hablar a gritos? Sobre todo, los jóvenes.
Hoy, cuando todos los niños están escolarizados, cuando la mayoría de los jóvenes cursan Estudios Superiores, cuando la educación debería haber llegado a su cénit, nos encontramos -sobre todo, cada viernes por la noche- que una horda de adolescentes invade nuestras calles, gritando hasta extremos insospechados…, como si quisieran expresar con sus berridos desaforados la falta de imaginación para planear otras diversiones más atrayentes, que les permitieran disfrutar de verdad…, y sin necesidad de impedirnos el descanso.
Los vecinos de la Zona, la mayoría ya resignados -yo, desde luego, no- a soportar el espantoso caos, nos hemos convertido en víctimas inocentes de este despropósito, para el que no encuentro calificativo…, porque no lo hay.
Mientras los demás intentamos combatir el frío, dadas las bajísimas temperaturas de estos días, dichos adolescentes permanecen durante horas -¡como si disfrutáramos de una suave y eterna primavera!- sentados en los escalones de acceso a nuestras casas, mientras vociferan, dan palmadas o cantan a voz en grito. (Pero, qué casualidad, nunca escogen para estos ruidosos jolgorios sus propias viviendas, como sería lógico)
Yo creo que, a base de soportar los rigores del frío a la intemperie, se han inmunizado, y ya ni se constipan.
Lo más extraño, lo más paradójico, es que, mientras se suprimen barreras arquitectónicas, -lo que aplaudo- se premia a bombo y platillo cualquier acción altruista -por pequeña que sea- o se planean magnos proyectos…, nadie consigue algo tan simple como que algunos de los Pubs bajen el volumen de su música ensordecedora, que los jóvenes no vociferen a pleno pulmón o, en definitiva, que los ciudadanos de esta ruidosa Zona podamos dormir, de una vez por todas, en paz.
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