Hace unos días me encontré con cierto amigo cuando se dirigía a la biblioteca. Me contó que llevaba meses haciendo planes para cambiar su rutina veraniega de los últimos años. Concretamente quería salir al extranjero. Aunque era aficionado a viajar, nunca lo había hecho fuera de España. Bueno, con una excepción, en cierta ocasión pasó un fin de semana en Portugal pero de aquello ya habían transcurrido más de dos décadas.
Había decidido que como ya hiciera en otro tiempo llegadas estas fechas, cogería autobuses, tren, avión… pero ahora alejándose más.

Los primeros destinos en los que había pensado eran Francia e Italia, pero conforme se aproximaba el verano se planteó que valdría la pena irse bastante más al norte, huir lo más posible del calor. ¿Qué tal los países nórdicos? Bueno, eso lo dejaría para otra ocasión. Pensó hacer algunas indagaciones en Internet, en algún portal de esos que comparan precios, pero no llegó a consultarlo, todo lo soñado se fue desvaneciendo al tiempo que sus ahorros iban menguando con la aparición de diversos gastos imprevistos.

Antes recordaba cada mes de agosto por los lugares visitados: el verano de Galicia y León, el de Teruel, Zaragoza y Huesca, los de Madrid, Córdoba, Sevilla,… Mientras me lo contaba sonreía. Ahora, en cambio, los ordenaba en su memoria de una forma bien distinta. El verano pasado había sido el de Juego de tronos, otros anteriores: la trilogía Millenium de Larsson, El guardián entre el centeno, La montaña mágica…, ahora lo hacía por las lecturas veraniegas.

Algunos de los títulos que mencionó no los había oído nombrar antes. Le pregunté por la elección de este agosto. Respondió que aún no se había decidido y me pidió que le recomendará alguno que me gustase a mí y, cómo no, yo le planteé dos libros de relatos que podían ser una opción muy buena para la distensión estival, y que estaban en la biblioteca: Scriptorium y Entrelazados.

Rafael Ruiz

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