El perfil del 50 por ciento de las familias que acuden de lunes a sábado a por un plato para llevarse a la boca –desayuno, comida y cena- refleja vidas desmoronadas tras el azote de la crisis.
Hombres y mujeres con edades comprendidas entre 45 y 65 años, con escasas posibilidades para encontrar trabajo, según informa el coordinador de Emaús, Idelfonso Abril. También destaca el perfil de madre soltera con familia numerosa. En definitiva, familias rotas debido a los desencuentros ocasionados por la depresión económica.
Es el caso de Magdalena, de 49 años. Separada y con dos hijos. Acude al comedor de Antequera desde hace tres meses, antes la imposibilidad de encontrar empleo como limpiadora desde 2011. El único dinero que entra en casa son 150 euros con el que paga las facturas. “Si no fuera por el comedor no sé lo que haría. Mi situación ya era desesperada”, asegura.
El otro 50 por ciento de las personas que acuden a los comedores son usuarios flotantes. Servicios Sociales en cada municipio valora las necesidades de cada persona, para redireccionarla durante un determinado tiempo. En Estepona, explica Abril, destaca más la presencia de inmigrantes, mayoritariamente magrebíes, y en Antequera personas de raza gitana.
Así, las personas enfermas o que viven solas optan por compartir el plato de comida en el mismo comedor, a partir de la una de la tarde. La mayoría prefieren recoger el almuerzo y la cena sobre las 12 del medio día con el fin de evitar la presencia de menores, que está prohibida por Emaús, para normalizar la situación en la que viven sus familias.
Es lo protocolo que sigue desde hace unas semana José, de 28 años. Recoge el desayuno, la comida y la cena de lunes a sábado en el comedor de Antequera. “Vivo en una casita de 6 metros cuadrados, con mi mujer y mis dos niños de 6 y 5 años. No tengo cocina ni cuarto de baño y el dormitorio es el comedor”, explica suspira José, quien lamenta llevar tres años en paro, al no encontrar empleo en el campo ni en la construcción.
“Me siento mal por no poder darle a mis hijos lo que se merecen”, solloza José. A su vida además se suma el agravante de padecer obesidad mórbida, apnea del sueño, asma y diabetes e insiste que “me gustaría que vinieran a vivir un día conmigo, para ver como vivo”.
Emaús ofrece un alimento que, según el coordinador de la asociación, supone un alivio para los bolsillos de las familias que en muchos casos tienen que pagar hipoteca o facturas que de otro modo no podrían: “la luz esta cara, el agua esta cara y comer esta caro. Dándoles de comer al menos se quitan el 50 por ciento del gasto de la casa”.
Toda ayuda es poca. La asociación cuenta con cuatro empleados en cada comedor, así como cuatro furgonetas que recorren la provincia para transportar los alimentos. Un gasto desproporcionado que es sufragado por los socios.
El banco de alimentos de Málaga, las ayudas de muchas empresas y del Ayuntamiento de Antequera permiten alimentar a más de 100 bocas cada día. Pero la necesidad aprieta y muchos días Emaus se ve falto de pescado, carne o verduras.
Emaus requieren ayuda de particulares, empresas y administraciones públicas. Y es que cada vez son más las personas que acuden al comedor, que en muchos casos superan las expectativas y hasta las duplican. A pesar de ello, Idelfonso Abril indica que “mientras a la olla le quepa el caldo seguiremos dando comida para todos, el día que le falte pondremos platos más pequeños”.
Las necesidades aprietan en los hogares antequeranos y aun más en los pueblos. Los socios de Emaús, las empresas colaboradoras y los voluntarios permiten, con su granito de arena, que los que viven esta cruda realidad puedan comer a diario, sobre todo muchos niños que carecen de alimentos en el siglo XXI y sin estar en un país subdesarrollado. Mientras en el mismo territorio otros viven aventuras suizas con billetes negros.
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