Emoción es una palabra que puede resumir lo que se vive a lo largo de un Viernes Santo en Antequera. Ya sea de una forma contenida, acompañada de luto y silencio, como la que se siente al paso del Santo Entierro, o desbordada como la que se pueden contemplar en las ‘vegas’ o los “arriba” de las archicofradías del Socorro y de la Paz.
También con lágrimas en los ojos de devotos y cofrades que ven, por fin, a sus vírgenes y cristos recorrer las calles de Antequera, tras el trabajo de todo un año. O de una hija, la de José Morales, que tiene el honor de indicar el inicio de la Estación de Penitencia a quienes fueran durante tantos años compañeros de su padre, hoy en día fallecido, bajo el palio de Nuestra Señora de la Paz Coronada.
Como es habitual, la Pontificia, Real e Ilustre Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Paz ha sido la primera en poner sus Sagrados Titulares en las calles de Antequera en esta jornada. La plazuela de Santo Domingo y la Citarilla se volvían a quedar pequeños para acoger a todos los vecinos y visitantes que se aglutinaban en el entorno de la basílica.
Iniciando el cortejo lo hacía la talla del Niño Perdido, tras la Escuadra de Gastadores y la sección de banderines y guiones de la Infantería de Marina. Y a continuación lo hacían la talla del Dulce Nombre de Jesús, que este año ha hecho su recorrido procesional en su trono tras completarse el proceso de talla. El Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Paz Coronada completan los Sagrados Titulares de esta Archicofradía, que ha vivido un momento muy especial en el tramo final de su recorrido, en el ‘homenaje’ que se ha querido a hacer a unas de sus camareras, girando los tronos hacia su balcón en calle Infante don Fernando.
No sería la última ocasión en las que las emociones se vivirían a flor de piel, ya que aún quedaba el encuentro en plaza de San Sebastián y su ‘vega’ por la cuesta de la Paz. Con el Niño Perdido, el Dulce Nombre y el crucificado ya dentro del templo, el trono mariano de la también conocida como Cofradía de Abajo se quedaba a la espera en su plazuela, para despedir, como es tradicional, a su ‘hermana’ de ‘Arriba’: Nuestra Señora del Socorro Coronada.
Emoción, llenos de “vivas” y aplausos, que se han vivido un año más en La Citarilla. Vítores y palabras de aliento para el esfuerzo de unos hermanacos que cumplen con una de las tradiciones más arraigadas y particulares de la Semana Santa de Antequera, hoy Fiesta de Singularidad Turística Provincial y en la que se trabaja para contar con el sello de “Interés Nacional”.
Y más emoción cuando los vecinos del Portichuelo han podido volver ya de madrugada a los Sagrados Titulares de la Sacramental de San Salvador, Real e Ilustre Archicofradía de la Santa Cruz en Jerusalén, Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima del Socorro, meciéndose por última vez al son de la Banda de Música de Villa de Otura.
Mientras tanto, el silencio y la oscuridad se han ido haciendo dueños de las calles por donde ha pasado la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, Quinta Angustia y Santo Entierro. De nuevo han vuelto a hacer Estación de Penitencia sin ningún tipo de iluminación eléctrica. Tan sólo la de las velas de ciriales, tulipas, faroles y de los penitentes que han acompañado al Cristo Yacente.
El sonido de un tambor al comienzo y un trío de capilla tras el trono mariano son el único acompañamiento musical de esta cofradía que tiene la sobriedad como seña de identidad y que con su encierro en su Casa Hermandad junto a la iglesia del Carmen, en la madrugada ya del Sábado de Gloria, pone fin a la Semana de Pasión de Antequera, a la espera de la Resurrección del Hijo del Dios.