Cuando tienes una vida corriente, con familia, horarios, un trabajo normal (de esos en los que te involucras más que cobras) y mucho menos tiempo del que quisieras, tu día a día se vuelve una carrera de fondo en la que te sientes un héroe cuando, llegada la noche, entras en la meta.


   Entonces enciendes la televisión un rato antes de dormir y comienzas a bucear por los canales buscando, sin grandes pretensiones, la oferta más adecuada para cerrar la jornada: reformas de coches, series nacionales, tipos cazando reptiles, debates donde se ve el plumero, trasteros con sorpresas… y cuando te encuentras con el canal de noticias, 24 horas, pasas sin detenerte en él para evitar quedarte dormido con un regusto amargo en tu interior. Y esa noche escondes tu cabeza en el suelo y te aíslas de la realidad del mundo quedándote dormido mientras ves cómo trasladan una casa entera en Canadá.

   No es mala la táctica del avestruz, pero si abusas de ella tiene efectos secundarios y te hace sentir egoísta, impasible, lejano, vacío e ingrato. No se debe dar la espalda a la realidad, o al menos no constantemente. El momento político que vivimos está aquí, es el que nos ha tocado vivir y todos formamos, queramos o no, parte de él. Siria no está en otro planeta. Y por muy terrible que nos parezca, hay padres que matan a sus propios hijos, alguno de ellos a menos de cincuenta kilómetros de nuestra ciudad. No son agradables las noticias que más nos impresionan, pero ignorarlas no hace que desaparezcan.

   Quizá la táctica del avestruz sea mera supervivencia. Un mecanismo de defensa que te evita enfurruñarte delante del televisor cada vez que salta una noticia de presuntos pagos irregulares o de fortunas amasadas quien sabe dónde.Una táctica que evita que tus ojos retengan imágenes que tardarás días en olvidar. Una manera de seguir flotando en un naufragio.


   Casi siempre lo adecuado está en el término medio, utilizar el largo cuello a veces para enterrarlo y otras veces para ser capaz de ver más allá del horizonte.

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