Un rito funerario ancestral fue celebrado en el Dolmen de Menga por el Día de Difuntos

Si de algo puede presumir la ciudad de Antequera es de tener uno de los patrimonios históricos y culturales más potentes de la provincia de Málaga. Y claro está, la joya de la corona, el conjunto dolménico que ha sido recientemente proclamado Patrimonio de la Humanidad, ha decidido recrear con motivo del Día de los Difuntos un rito homenajeando al fin para el que fue concebido.

Decenas de persona se agolpaban en la mañana del día 2 de noviembre frente a su puerta. Allí, un grupo caracterizado como los primeros habitantes de la zona despidieron a un miembro de su tribu, en un rito inspirado en los que se celebraban hace 5.000 años. Como es lógico, pocos, por no decir nulos, son los ejementos gráficos que nos han llegado de tal época, pero gracias a la fiel recreación, se pudo vivir en primera persona un acontecimiento del que poca información ha llegado hasta nuestros días. Una procesión de cánticos, acompañados de la mortaja y las vasijas, inciensos y otros objetos de valor subían por el Campo de los Túmulos hasta dejar al difunto en su último hogar, en el que además, se podría ver cómo su cuerpo, en posición fetal, descansaría rodeado de rudimentarias velas y antorchas, y también de las típicas vasijas de barro que despedían a los miembros más importantes de estos clanes ancestrales.

Decenas de visitantes de todas partes asistieron a la celebración

A todo este despliegue, se unía también un olor a incienso y a romero quemado, que no hacía más que dotar al evento de un halo de solemnidad. Palos de lluvia, pieles, e incluso instrumentos musicales primitvos decían adiós al homenajeado por última vez, en el que sería el lugar en el que descansaría eternamente. Y es que 5000 años después, aunque las diferencias son evidentes, es cierto que aún se pueden encontrar ciertas similitudes con los funerales que hoy en día se celebran, como por ejemplo el hecho de que se siga tratando de un acto en el que toda la comunidad se une entre llantos y olor a incienso para homenajear a un ser querido fallecido. Y así es como la Cueva de Menga se ha convertido en un testigo silencioso del paso del tiempo en nuestra ciudad. Un santuario antiguamente dedicado a venerar a los antequeranos que nos dejaban, y el testimonio físico de que, en nuestra localidad, incluso en el Día de los Difuntos, la historia está más viva que nunca.