obstrucción

La obstrucción total o parcial del conducto lagrimal afecta a un porcentaje elevado de la población infantil; aproximadamente, un 10-20% de los recién nacidos tiene alguno de los síntomas derivados del drenaje inadecuado de la lágrima

A partir de las 2 primeras semanas de vida, los padres advierten un aumento del lagrimeo de uno o los 2 ojos, y con frecuencia se asocia aparición de secreción mucopurulenta, sobre todo por la mañana.

Es habitual que los padres consulten al pediatra ante estos síntomas, que generalmente están agravados durante los cuadros catarrales. En estos momentos la secreción lagrimal suele volverse más espesa y con frecuencia de color amarillo o verdoso, y se acompaña de signos de inflamación ocular: hiperemia, edema palpebral, molestias.

Las medidas higiénicas, como la limpieza del ojo y los párpados con suero fisiológico y los masajes sobre el saco lagrimal para aumentar la presión hidrostática del canal, son los adecuados al inicio de los síntomas. Ello se debe a la alta tasa de resolución espontánea del cuadro durante los primeros meses de vida, por lo que suele recomendarse una conducta expectante inicial

Ocasionalmente, puede ser necesario realizar tratamiento tópico con antibióticos si hay síntomas inflamatorios que hagan sospechar una conjuntivitis asociada.

Ante la persistencia de los síntomas, se debe derivar al paciente al oftalmólogo, ya que en general se acepta que a partir del sexto mes de vida las probabilidades de resolución espontánea disminuyen

Por este motivo, la mayoría de los oftalmólogos prefieren realizar el sondaje para permeabilizar la vía lagrimal próximo al 12 mes de vida

Puntos clave

El pediatra es por lo general la primera persona que evalúa a los lactantes con obstrucción del conducto lagrimal. Por lo tanto, debe estar familiarizado con la sintomatología que produce, así como conocer el manejo inicial del cuadro.

La incidencia de la obstrucción del canal lagrimal afecta en torno al 10-20% de la población infantil de recién nacidos. Se trata, por tanto, de una enfermedad frecuente y de gran relevancia social por la preocupación que genera en los padres y el resto de familiares.

La sintomatología suele comenzar a partir de las 2 primeras semanas de vida y consiste en un aumento del lagrimeo del ojo afectado (puede ser unilateral o bilateral) y con frecuencia secreción mucopurulenta.

La mayor parte de los niños mejora espontáneamente antes de cumplir el primer año de vida. Por este motivo, la conducta inicial debe ser conservadora, y se recomiendan las medidas higiénicas (lavado con suero fisiológico) y el masaje sobre el saco lagrimal para aumentar la presión hidrostática en el canal durante los primeros meses.

El tratamiento con antibióticos tópicos sólo se recomienda si se asocia conjuntivitis, con hiperemia conjuntival e inflamación palpebral.

Se acepta que a partir del sexto mes de vida disminuye la frecuencia de casos que mejoran espontáneamente, por lo que si persiste la clínica se deben remitir al oftalmólogo para valorar la necesidad de permeabilización de la vía lagrimal

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