El pasado 23 de octubre el papa Francisco pronunció un clarificador discurso a una delegación de la Asociación internacional de derecho penal. Animó a los participantes en la lucha por la abolición de la pena de muerte y de la cadena perpetua a la que llamó “una pena de muerte oculta”. Abogó por la mejora de las condiciones carcelarias.

Condenó con dureza la corrupción. Aseguró que “la corrupción es ella misma un proceso de muerte: cuando la vida muere, hay corrupción.” Los corruptos, afirma Francisco, tienen un corazón endurecido, incapaz de abrirse a la verdad y llegan a interiorizar su máscara de hombres honestos. Y añade que los corruptos no aceptan la crítica y descalifican a quienes la hacen, y atacan con el insulto a quienes piensan de modo distinto.

El corrupto, señala el Papa, se cree un vencedor, no conoce la fraternidad. Y llega a afirmar que la corrupción es un mal más grande que el pecado. Más que perdonado, afirma, ese mal debe ser curado. A continuación, el Papa asegura: La corrupción se ha convertido en algo natural, una práctica habitual en las transacciones financiera, en los contratos públicos, en toda negociación que implique agentes del Estado. Y la define como “la victoria de las apariencias sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción respetable”.

Finaliza Francisco animando a sus oyentes a perseguir este delito que tanto mal causa a la sociedad. Y añade: “La justicia no puede ser como una red que captura solo a los peces pequeños, mientras que deja a los grandes libres en el mar”. Las formas de corrupción que más hay que corregir, afirma el Papa, son aquellas que causan graves daños sociales, en materia económica y social. ¡Ojalá nuestros dirigentes políticos tomen más en serio sus responsabilidades éticas ante la corrupción, la hipocresía y la falsedad que tanto daño, malestar e indignación están causando a todos los españoles de buena voluntad!

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