La muerte, nos guste o no, es una realidad inexorable para todo ser humano, el único ser realmente consciente de ella. Pero este saber que morimos se torna problemático para las personas de todas las generaciones. Los telediarios se hacen eco de ella cada día: muertes por guerras, accidentes, violencia de género, ébola, terremotos, etc. Parece, sin embargo, que hubiera un pacto de silencio entre los medios de comunicación para no informar de los casos de suicidio, la principal causa externa de muerte en España. En el 2012 fallecieron por esta causa 3.539 personas. Un 11,3% más que el año anterior en que murieron 3. 180 personas. Es muy triste, pero es la primera causa de la muerte entre los 15 a 35 años. (Fuente: Instituto Nacional de Estadística).
No hay acontecimiento más noticiable que la muerte. Pero nuestra cultura de la satisfacción no sabe bien cómo tratar este acontecimiento último que supone la muerte. Por eso la muerte sigue siendo hoy un tabú. Es lanzada a la privacidad del hogar, del hospital o de las conciencias, es reprimida de nuestro lenguaje y conversaciones. El luto de antaño ha desaparecido. Nadie la quiere cerca y solo cabe mirarla de lejos y en los otros. La cultura de satisfacción y del espectáculo reacciona ante la muerte con una búsqueda ansiosa de una vida indolora, quitándole todo ritual y espacio social. No sabemos acercarnos serenamente a la muerte. ¡Qué lejos estamos de comprender las palabras de Francisco de Asís cuando cantaba: Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte natural!
No hay acontecimiento más noticiable que la muerte. Pero nuestra cultura de la satisfacción no sabe bien cómo tratar este acontecimiento último que supone la muerte. Por eso la muerte sigue siendo hoy un tabú. Es lanzada a la privacidad del hogar, del hospital o de las conciencias, es reprimida de nuestro lenguaje y conversaciones. El luto de antaño ha desaparecido. Nadie la quiere cerca y solo cabe mirarla de lejos y en los otros. La cultura de satisfacción y del espectáculo reacciona ante la muerte con una búsqueda ansiosa de una vida indolora, quitándole todo ritual y espacio social. No sabemos acercarnos serenamente a la muerte. ¡Qué lejos estamos de comprender las palabras de Francisco de Asís cuando cantaba: Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte natural!
Sería de desear alcanzar una visión intercultural de la muerte que sea intercultural e integradora (holística, se dice hoy) de los valores más positivos de las distintas visiones culturales o religiosas de la muerte. Una educación integradora que nos ayude a ver la muerte con menos temores y con mayor acompañamiento social. Eminentes pedagogos internacionales sugieren que sería bueno incluir en el diseño curricular de las asignaturas de Bachillerato (en el área de ciencias biológicas y humanas) el tratamiento de la muerte, de igual modo que se estudian otros aspectos de la vida.
En esta asignatura nuestros jóvenes aprenderían a adquirir hábitos y valores saludables para la vida y para la muerte, y la adquisición de creencias que nos faciliten un proceso de morir más humanizador. Porque educar para la muerte es también educar para la vida, y viceversa. Ojalá pudiéramos cantar con Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, destacada en la historia del pensamiento europeo como pionera de la experiencia moderna de la subjetividad: “Y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
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