Dicen que en verano la lectura ha de ser ligera, para ayudar a sobrellevar la somnolencia. Es una suerte: lecturas ligeras se desparraman todo el año en las grandes superficies. Pero si queremos emocionarnos en el autobús camino de alguna playa malagueña, y vuelta, o refugiarnos del sol antequerano atrincherados con un refresco en el patio, hay alternativas. En estos tiempos de literatura liviana Sofi Oksanen nos receta un tratamiento de choque: ‘Purga’ (Salamandra, 2011).
Nada de dieta blanda, olvidémonos del caldito y vayamos directamente a vaciar las entrañas.

Procuremos despejar el día de obligaciones. En la Estonia de 1992 nada es lo que parece, y medio siglo de férrea dictadura soviética ha dejado su poso en todas y cada una de las familias de esta pequeña república báltica. La Unión Soviética se derrumbó y su lugar no lo ocupó nada. Sus estructuras de poder y control social, el miedo, las traiciones recompensadas… ¿Qué ocurre cuando se desmorona una forma de vida, y de opresión, cultivada durante generaciones? Y sobre todo, ¿qué ocurrió en el día a día de las personas que la sufrieron? ¿Qué pasó con quienes se aprovecharon de ella?

“Purga” nos enfrenta a los restos calcinados de un gigante que se precipita sobre un pequeño país. Y a las sacudidas que sufren personas “pequeñas”, especialmente las mujeres, ante la gigantesca maquinaria de la Historia. La Unión Soviética fue una larga y oscura pesadilla. Su caída trajo consigo otra clase de horror, escondido tras el deslumbrante reclamo de Occidente. Ambas realidades se cruzan en 1992. Curiosamente, no hay ninguna referencia a las Olimpiadas de Barcelona ni a la Expo de Sevilla…

La finlandesa Sofi Oksanen obtuvo con ‘Purga’ el Premio Europeo a la Mejor Novela del Año, en 2010. Y de ahí para abajo, de sur a norte y de oeste a este, un buen puñado más de distinciones literarias. En suma, narrativa en mayúsculas y letra capitular. Pero me tomaré un respiro y dejaré reposar su última obra, “Cuando las palomas cayeron del cielo”, hasta que necesite vaciarme muy adentro.

Salvador Rivas

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