Este oficio artesanal está en peligro de extinción debido a la falta de mano de obra pero no le falta demanda

Cada sábado, el silencio que se apodera del Polígono Industrial de Antequera durante los fines de semana es interrumpido por un sonido bronco y seco. El causante de la escala musical que se puede llegar a escuchar es Juan Chamizo, cencerrero antequerano que aprovecha la soledad y tranquilidad que deja la ausencia de tráfico para afinar y conseguir el mejor sonido de cada una de sus piezas artesanales. «A veces parezco el guardia de seguridad porque estoy completamente solo, pero es de los momentos que mejor puedo concentrarme», señala.

‘Cencerros Juan Chamizo’ es el único taller de elaboración artesanal que queda en Andalucía, junto con otro localizado en Valverde del Camino, Huelva. Y es que el oficio, que «de ninguna manera se puede industrializar», está en peligro de extinción. Según explica Chamizo, en la totalidad del territorio español hay en torno a unos diez artesanos, pero tiene por seguro que dentro de unos años, a corto plazo, esta cifra se reducirá drásticamente a la mitad.

El principal motivo es la falta de mano de obra porque es un trabajo «muy sacrificado, laborioso y te tiene que gustar mucho. El proceso es muy delicado y hay que estar pendiente de cada paso. Cada pequeño detalle puede cambiar totalmente el sonido, por eso es muy importante que sea a mano». Esto se suma además a la problemática del relevo generacional, porque como ocurre con otras muchas profesiones, no es fácil que los hijos continúen el mismo camino.

Otro impedimento son los costes, pues aunque se trata de artesanía, hay que pagar como industrial. «Para Hacienda es como una fábrica cuando la mano de obra es del 80% ya que no se puede mecanizar nada, sino que se fabrican como hace 200 años». Conseguir la materia prima para elaborar los cencerros también es complicado. Por ejemplo, el latón lo consigue en los campos de tiro, mientras que la arcilla tiene que comprarla de Albacete, ya que la de alrededores «no aguanta la temperatura que se necesita».

A pesar de ello, a Chamizo no le falta trabajo, sino que le sobra. La pandemia ha disparado la demanda, pues desde el confinamiento le han entrado tres veces más pedidos que antes. «Ahora tengo más trabajo que hace tres años, ha aumentado una barbaridad, y lo mejor es que se mantiene». El 50% de sus ventas van a Aragón, Barcelona y Cuenca, pero básicamente a toda España. Una de las peculiaridades de su negocio es que no hace ningún tipo de publicidad, sino que todo va por el «boca a boca».

La mayor satisfacción para Chamizo es poder aportar su granito de arena a la ganadería. «Cuando lo compran, la gente se va muy contenta. Y eso me reconforta porque la ganadería ya está muy castigada de por sí, y es una forma de devolver la ilusión».

Juan lleva 4 años dedicándose profesionalmente a los cencerros, sin embargo ha pasado toda su infancia afinando los de las cabras de su padre. De más joven también afinaba cencerros de algunas tiendas de Antequera cuando volvía de perforar pozos. Finalmente, se dio cuenta de que lo que era un hobby se había convertido en su verdadera pasión y ahora dedica toda su vida a ello.

Un dato curioso es que este antequerano ha llegado a coleccionar hasta 3.000 cencerros de ganaderos que incluso ya han fallecido y es por ello que los atesora con mucho cariño en casa.

En el taller cuenta con la ayuda de su mujer y sus hijos, quienes van a echar una mano en sus ratos libres. Y es que Juan asegura, que si ellos quieren, tienen el futuro garantizado con esta profesión «tan bonita».