El 5 de octubre se abrió en Roma una nueva sección del Sínodo sobre la familia. El Papa sabe que la Iglesia está perdiendo a las familias, porque éstas escapan del rigorismo doctrinal de la Iglesia y se van a religiones más cálidas y comprensivas o se quedan en tierra de nadie. Están en búsqueda de espiritualidad pero huyen de la religión y en especial del catolicismo. Huyen de las verdades seguras y de los principios innegociables.
Familias que no encuentran cosuelo en la Iglesia. Que no la ven como la casa de la misericordia ni como la comunidad de los samaritanos. Familias que no pueden acercarse a los sacramentos porque los aduaneros de turno se lo niegan. Afortunadamente ya hay algunos pastores que están poniendo en práctica las palabras del Papa: La comunión no es un premio para los perfectos sino una medicina para lo débiles, pecadores y necesitados.

Desgraciadamente muchas de nuestras familias siguen viendo y experimentando a la Iglesia como aduana y no como hospital de campaña al que asomarse para curar sus heridas, como quiere el Papa. Y se van silenciosamente, sin dar portazos.

El Sínodo ha comenzado con aires renovadores. Pero ya se está viendo que hay unas fuerzas conservadoras encerradas en la interpretación del dogma y contrarias al Papa de la misericordia y de la ternura. El Papa se la juega, pero todavía más se la juega la propia Iglesia si no está atenta al llanto, a las lágrimas y a la esperanza de las familias.

Esperemos que las palabras del Papa Francisco pronunciadas hace unos días con motivo de las apertura del Sínodo, nos hagan pensar a todos: “El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que recercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de dar una mano de consuelo, no de condena o de impugnación”. Ojalá nuestros dirigentes comprendan que por encima de códigos, catecismos y viejas tradiciones, la única autoridad de la Iglesia es el Evangelio de la fraternidad, la paz, la justicia y la libertad. Ojalá sepamos dar respuestas a los nuevos modelos de familia que están surgiendo y que no hay que condenar sino acoger y comprender.

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