Y llegó abril
Por Paco Sánchez
Abril llegó frío, lluvioso, incluso con nieve. Pero no era el mal tiempo lo que atería el corazón de tanta gente. Nunca habían imaginado que se verían recluidos en casa, que no podrían tomar el sol, sentir el viento en la cara… Pero todo eso era lo de menos, lo peor era no poder relacionarse, el miedo al contagio y, sobre todo, aquellas muertes, desde hacía semanas convertidas en un adiós para siempre sin siquiera una triste despedida. Aquellos niños y niñas de finales de los años treinta y principios de los cuarenta, supervivientes de la guerra y víctimas de una posguerra cruel, sobre todo con los más débiles, se habían convertido en los abuelos y abuelas del COVID-19. Ninguna generación había recibido tan duro e injusto castigo. Pero entonces empezaron a surgir muchos brotes de solidaridad. Muchos de aquellos ancianos, no solo pudieron contarlo, sino que encontraron en vida a su ángel de la guarda, personas que arriesgaron su salud para hacerles más llevadero su calvario. Desde aquellos días, yo creo más en el ser humano.