Se sentó frente al ordenador, lo encendió y empezó a teclear. Pero solo durante unos minutos; pronto comprendió que las musas lo habían abandonado. «Mañana lo haré», se dijo. Y ese “mañana lo haré” se repitió durante años, demasiados.
Aquella tarde de abril, mientras la contemplaba en silencio, sintió aquellas tres palabras como una losa sobre su corazón. Ella nunca podría disfrutar de su obra y él nunca podría ver aquella expresión de felicidad en su rostro, aquella satisfacción en su mirada, aquel orgullo de madre reflejado en sus ojos…
Unas semanas después, sentado frente al ordenador, volvió a sentir la misma frustración; estaba bloqueado, y se sentía incapaz de escribir una sola frase con sentido. Decidió dejarlo y salir a pasear un rato, sus musas parecían haberle abandonado…para siempre.
Pero entonces recordó aquella tarde de abril, cuando ella bajó sus párpados para siempre. Respiró profundo, volvió a poner los dedos sobre el teclado y fijó la vista en la pantalla. «El momento es ahora», se dijo. Él ya sabía que mañana puede no ser nunca.