En el acto en el que han estado presentes los Cuerpos y Fuerzas del Estado, la Policía Local y Protección Civil

31 de marzo de 1982. Antonio Gómez García, agente de la Policía Nacional, fallece en el Hospital de la Cruz Roja de San Sebastián. Cinco días antes había recibido dos disparos a manos de la banda terrorista ETA, mientras escoltaba al delegado de Telefónica en la capital donostiarra, Enrique Cuesta. Tenía 24 años y su hijo pequeño, fruto de su matrimonio con Josefa, natural de Antequera, sólo contaba con meses de vida.

Antonio Gómez, nacido en Bornos (Cádiz) fue uno de las más de 800 víctimas de la banda terrorista. Lo fue en los denominados “años de plomo”, cuando ETA dejaba cada poco a padres y madres sin hijos, viudas y menores huérfanos. Y el Ayuntamiento de Antequera ha querido homenajearlo este lunes, acompañados por Josefa, su hija Laura y la pareja de ella, durante el recuerdo por el XX aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Al término del acto, celebrado en los jardines que llevan el nombre del concejal del Partido Popular de Ermua del que ETA acabó con su vida, el alcalde Manolo Barón ha propuesto que se mantenga igualmente un recuerdo permanente a este policía nacional para que quede “siempre en la memoria de todos los antequeranos”.

Miembros de los Cuerpos y Fuerza de Seguridad del Estado, la Policía Local Protección Civil, la Corporación Municipal y decenas de vecinos se han acercado hasta este punto de la ciudad para rendir homenaje a todas las víctimas del terrorismo. Y en especial, de Antonio Gómez, al que se le ha recordado leyendo dos fragmentos de los libros ‘Vidas rotas’ de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey (Espasa, 2010) y ‘Euskadi: sin la paz nada es posible’ (Ed. Argos Vergara, 1984), con conversaciones entre Pedro Altaeres y el histórico dirigente socialista Txiki Benegas. Ambos libros desde hoy estarán en la Biblioteca Municipal de San Zoilo. Un agente de la Policía Nacional ha leído unas líneas de la segunda última, que ha tenido que dejar ante la emoción de lo descrito: ETA asesinaba en aquellos años a un compañero que llevaba meses en el cuerpo, tras pasar por la academia donde se formó.

El relato partía de quien fuera líder de los socialistas vascos durante los años 80. En 1982 Antonio Gómez ya no era su escolta, pero lo había sido y lo tenía muy presente porque lo comenzó con un primer servicio que nunca olvidarían ambos: una sesión de investidura en el Congreso de los Diputados un 23 de febrero, que acabó en un golpe de estado frustrado.

Poniendo sus obligaciones por delante, el agente se negó incluso un primer momento a abandonar su arma cuando se lo exigieron los asaltantes. No tuvo más remedio que ceder cuando fue retenido en una de las salas del Hemiciclo. “Fue un gesto de nobleza”, admite Benegas en su relato.

Durante el acto, al igual que el día en el que se inauguró el monolito que preside los jardines, se ha vuelto a poner de manifiesto el punto de inflexión que significaron aquellos días de mediados de julio de 1997 en la lucha contra el terrorismo. La conmoción en la que se sumió toda España, como ha apuntado Barón, dio paso a una “marea de indignación” que acabó teniendo un nombre propio: el Espíritu de Ermua.

Como ha recordado Josefa -que reside en Antequera desde el 2002-, apenas unos años antes, “era todo mucho más tabú que ahora”. Sin tantas manifestaciones. “Todo como más tapado”, ha reconocido de un suceso que le pilló muy joven, con tan sólo 21 años, y ocurrido apenas 17 meses después de casarse.

Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, nació “una nueva conciencia a favor de las víctimas y el hartazgo de una sociedad atenazada por el miedo”, como ha destacado el alcalde de Antequera, quien también ha querido agradecer a los Cuerpos y Fuerza de Seguridad del Estado la labor realizada durante estos años para acabar con la banda terrorista.

Este homenaje a Miguel Ángel Blanco y Antonio Gómez también ha servicio para reivindicar que hay que “seguir exigiendo que ETA se disuelva” definitivamente, más allá del fin de unos atentados que trucaron cientos vidas y familias.  “Por muchos años que pasen, siempre está ahí”, ha admitido Josefa.

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