Ya ha empezado el verdeo en muchos pueblos de Andalucía. En Jeva, una aldea cercana a la Sierra del Torcal, las mujeres del pueblo se preparan para la primera recogida y cuentan anécdotas sobre los años en esta profesión.

Son las seis de la mañana. Las primeras luces del alba ya empiezan a llenar de brillo las hojas de los árboles. El rocío cubre el cuerpo de los olivares. En el pequeño pueblo de Jeva, ya empieza a despertar la vida. El cántico de las aves y el cacareo de los gallos presentan una nueva jornada de trabajo.

Las mujeres de Jeva se preparan para la recogida de olivares. Fardos caen al suelo y varas al alza. Francisca lleva siendo aceitunera desde que tiene uso de razón. Entre la paja de los corrales recuerda como su madre le enseñó a leer y a escribir y no puede contener el brillo en los ojos al hablar de ella. Evoca su infancia con necesidad, con mucho trabajo y esfuerzo, pero con alegría.

Cuenta con entusiasmo que hace tres años le otorgaron el título de mujer rural por excelencia del pueblo de Jeva y cómo rodeada de toda su familia pudo ver cómo se reconocía el trabajo tan duro de todos aquellos años.

La tarde cae en este pequeño pueblo de la Sierra del Torcal. Pepa, de 85 años, nos enseña el colegio donde paso parte de su infancia, aun así, dice que la mayor parte de ella la pasó ayudando a sus padres en los cortijos que les encargaban cuidar. Cuenta que con tan solo 8 años tiraba del carro lleno de hojarasca y cargaba con el pienso para el ganado, eso sí, siempre acompañada de su fiel amigo Lunares, un pequeño mastín, al que recuerda con especial cariño.

En los meses más crudos de invierno, estas mujeres luchadoras acudían a la jornada portando cada una de ellas una lata con carbón encendido, para aliviar el frío que padecían durante las largas horas en sus puestos de trabajo.

El mundo rural ha sido el depositario de una sabiduría ancestral que nunca se enseñó en las escuelas y que está a punto de desaparecer.

Estas mujeres rurales fuertes se convirtieron en nuestro ejemplo por su coraje para vivir y, sin tener conciencia de ello, plantaron en nosotras la semilla de la rebeldía ante un mundo que no tenía la intención de reconocernos.

Gracias a ellas, a esas mujeres que nunca tuvieron apenas nada que no fabricaran con sus manos, hoy estamos nosotras aquí, fuertes para reivindicar el lugar que nos corresponde y el derecho a elegir aquello que queremos ser.