“Una experiencia espectacular, única e irrepetible”. Son las palabras de Carmen Gordillo, antequerana que no se ha querido perder la celebración del solsticio de verano en el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, que este año tenía una particularidad que la hacía diferente a ediciones anteriores: es la primera en la que los megalitos son Patrimonio Mundial de la Unesco.
Las caras de asombro de la quincena de visitantes que han participado este jueves en la visita al dolmen de Menga al amanecer -último día que se hace este año- delataban que las sensaciones vividas por Carmen eran prácticamente las mismas en todos. Ya sean vecinos a los que le gusta asistir habitualmente a estas actividades, antequeranos que residen fueran y que aprovechan su estancia para revivir viejos recuerdos o residentes de otras localidades que quieren descubrir el porqué de ese Valor Excepcional Universal que llevó a los dólmenes, junto con los parajes naturales de El Torcal y la Peña de los Enamorados, a entrar en la lista representativa de la Unesco el pasado 15 de julio.
Este último caso es el de Fernando Márquez, vecino de Casabermeja, quien no ocultaba su satisfacción de haber tenido la oportunidad de disfrutar de esta actividad. “El sitio en sí… el momento de verlo y vivir la entrada del Sol hasta como ilumina el fondo… La verdad es que es una experiencia fantástica”, ha comentado a Las 4 Esquinas.
Todos ellos, cámara o móvil en mano, no han dejado de inmortalizar el momento en el que el astro rey hace su aparición por el horizonte, a la derecha de la Peña y los rayos comienzan a iluminar poco a poco el interior del dolmen de Menga. Pero no lo hacen por completo, hasta el fondo de este megalito, ya que su entrada no mira directamente al Sol: lo hacen hacia esa figura antropomórfica, a esa cara de “indio” que mira al cielo y que tanto llamó la atención de los hombres y mujeres que vivían en estas tierras durante el periodo Neolítico.
Esta particular orientación, diferente a la inmensa mayoría de estos monumentos megalíticos del arco Mediterráneo, como ratificó en sus estudios el arqueoastrónomo británico Michael Hoskin, hicieron merecedor a Menga de su declaración de Patrimonio Mundial. También lo son el dolmen de Viera, a pocos metros del protagonista del día, aunque éste sí cumple con los cánones habituales de orientación hacia el Sol, y el tholos de El Romeral, cuya entrada también lo hace único: mira hacia el Camorro de las Siete Mesas de El Torcal.
Además de la dirección del atrio, también hay características en Menga que demuestran su importancia arqueológica, como su tamaño. La longitud total del conjunto es de 27,5 metros y la cámara del fondo tiene unos 6 metros de anchura y prácticamente 3,5 de alto. Y a ello hay que sumar el tamaño de los bloques de piedras que lo componen, especialmente las “cobijas” -las losas superiores-, llegando a pesar la última hasta 180 toneladas y siendo, hasta el momento, la más grande localizada en un yacimiento de estas características.
Hoy en día cuesta pensar cómo mover estos grandes bloques. Los habitantes del Neolítico en estas tierras sí supieron cómo, para que 4.500 años después aún se pueda disfrutar en el Sitio de los Dólmenes de “una experiencia espectacular, única e irrepetible”.
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