José María ‘el Tempranillo’ tuvo también una breve intervención en los acontecimientos políticos de la época. De creencias firmemente liberales, y con el fin de acabar con el despotismo de Fernando VII, el 21 de febrero de 1831 se unió a la intentona golpista que organiza el Teniente Coronel Salvador de Manzanares en la localidad gaditana de Los Barrios.

Poco después de los hechos anteriormente relatados, el Gobierno de la nación se vio obligado a proclamar una ley en la que se otorgaban amplias facultades a los corregidores y justicias para la lucha contra la delincuencia. Como consecuencia de esta ley, las autoridades llegaron a ofrecer una recompensa de ocho mil reales a quien entregar a José María ‘el Tempranillo’ vivo o muerto. Su popularidad entre las clases humildes y el temor que inspiraba entre los poderosos convirtieron la ley en papel mojado, y ni siquiera una cuantiosa recompensa ofrecida consiguió hacer caer a ‘el Tempranillo’. Tal llegó a ser la magnitud del personaje y el temor que le tenían propietarios y terratenientes que obligó a un gran número de estos a proponer al propio Rey una última acción desesperada: otorgar al bandolero, como única manera de acabar con sus andanzas y ataques contra la propiedad privada, el indulto real sobre todas las acciones que había cometido al margen de la ley. Terminadas sus andanzas como bandido, el de Jauja no perdió su popularidad. Su presencia como agente del orden generaría tranquilidad entre las clases populares, especialmente por el hecho de que, gracias a él, el bandidaje se redujo a la mínima expresión. Su muerte llegaría en septiembre de 1833, mientras se hallaba comisionado para la persecución de bandoleros. Hicieron un alto en el camino en un cortijo del pueblo de Alameda, donde sin ellos saberlo, se había ocultado unas horas antes el bandido que estaban buscando.

El de Jauja y sus hombres se pararon a tomar unas copas y al poco reemprendieron su camino. Sin embargo, a los pocos metros, José María decidió volver sobre sus pasos.