Si Israel se metiera un poco más en la piel de los palestinos y los palestinos en la piel de los israelitas, en seguida se haría la paz. Si las distintas iglesias cristianas hicieran lo mismo ente ellas, muchas murallas se vendrían abajo, todas ellas llegarían a ser una gran fuente de inspiración para el mundo. Si los empresarios se metieran en la piel de los empleados y los empleados en la de sus patronos, habría menos huelgas y más justicia.

Si el varón se acostumbrara a ponerse en el lugar de la mujer y la mujer en el del varón, la vida sería más bella en las casas, y así por todo el planeta. Si simplemente nos habláramos intentado sinceramente ponernos en la piel del otro, nos comprenderíamos mejor y quién sabe, tal vez acabaríamos amándonos. Cada vez que uno espera que otro de el primer paso, se hace mal a sí mismo, y cada vez que uno se preocupa ser comprendido antes que comprender, se equivoca.

Dios se metió en nuestra piel, tomó nuestra carne. Se hizo uno de nosotros. Y Jesús nos enseña a no mirar al otro desde arriba, desde nuestra suficiencia, sino a abajarnos, a hacernos cercanos al otro, a caminar sencillamente a su lado. Estamos llamados a la espiritualidad de ponernos en la piel del otro, esa fue la espiritualidad de Jesús.

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