Se ha dicho que las nuevas tecnologías nos alteran el ser más de lo que podríamos suponer y nos cambian por dentro, sin que tengamos en muchas ocasiones la posibilidad de revolvernos contra ellas por falta de lucidez. El Internet es uno de los mayores inventos de la humanidad. En él se concentran todos los anteriores medios de comunicación e información.

Nicholas Carr escribe habitualmente en el New York Times sobre nuevas tecnologías y comportamiento humano. En su libro Superficiales (The Shallows), premio Pulizer 2011, nos presenta un impactante estudio sobre el influjo de Internet. Nos dice que Internet no solo nos cambia la manera de pensar o de sentir, sino el celebro mismo. Constata que con el uso de Internet, él y sus amigos han perdido capacidad de concentración, de estudio, de reflexión, de contemplación y de gestar intuiciones creadoras que suponen tiempo y cultivo.


Cuando toma en sus manos una novela clásica, a las pocas páginas el cerebro empieza a pedirle un link (enlace) y se distrae. ¿Qué ha sucedido? El cerebro no es una máquina fija, sino que es plástico, un órgano vivo que cambia. Al acostumbrase a las nuevas conexiones neuronales que se crean con el uso del Internet, se van atrofiando las antiguas.

Al mismo tiempo que utilizamos Internet, necesitamos, para no dejar que las antiguas conexiones se deterioren, mantener la lectura en los libros y prensa habituales con su lógica lineal; dedicar tiempo a la contemplación, donde los secretos de un cuadro, de un paisaje, de un rostro… tienen que llegar a nosotros sin poder manejarlos con un clic. Fomentar tiempos para la reflexión y el estudio en profundidad. Internet nos ofrece posibilidades innegables, y ya no se puede concebir la vida moderna sin Internet. Pero no podemos dejar que nos reduzca, nos limite y nos esclavice.

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