Por Francisco Javier Rodríguez Rodríguez,

El sur de El Torcal ha estado ligado desde antiguo al mundo caprino. Hubo un tiempo en que todas las casas tenían una o dos cabrillas que aportaban la nutricia leche a niños y ancianos en un mundo de hambre y necesidad. Eran la vaca del pobre. No se miraban razas, y había cabras de mil colores. De pronto todos los ojos se fijaron en una variedad: la cabra de pura raza malagueña, que llegó a convertirse en un potente recurso económico. Hoy la carne de chivo lechal y la leche de cabra malagueña son fuente de riqueza al pie de El Torcal.

 

En estas lides vive un hombre, criado desde niño con los animales, que ha mamado toda esta evolución. Con largos años de trabajo a sus espaldas, Alonso Martín recuerda los comienzos, con sólo 12 años, guardando el rebaño y las bestias. Su habla serena inspira calma. Descendiente de una saga de ganaderos, y sus hijos hoy regentan una de las principales queserías del lugar, generando empleo y riqueza.

 

Cuenta Alonso que años atrás un pequeño rebaño caprino podía dar de comer a toda una familia. Hoy necesitas el millar de animales para verle la punta al negocio. Para colmo, las numerosas trabas burocráticas exigidas en las explotaciones, en los cambios de titularidad o en las licencias de apertura, dificultan el relevo generacional. Los hijos apenas pueden continuar con este oficio. Y la puntilla final para pastores y ganaderos viene con los bajos precios de la leche en origen, en un mercado en manos de las grandes centrales lecheras.

 

Un contexto que les pone la soga al cuello, y para muestra un botón. Días atrás, una inspección visitó la explotación de Alonso. Detectaron un error administrativo, cometido años atrás por la propia Administración. Cada animal del rebaño tiene un Número de Identificación —su DNI ganadero—, grabado en un crotal a la oreja y en un microchip que esconde bajo la piel.

 

Alonso sujeta con sumo cuidado una de sus queridas cabras, que luce un intenso pelaje negro, sonora cencerra al cuello, y orejas abiertas que denotan pureza autóctona malagueña. Este animal es precisamente el objeto de la discordia. Su número identificativo está duplicado, pues otro animal, fallecido tiempo atrás, portó la misma numeración, anomalía que no debe existir. Ante tal situación, la administración ha decidido cortar por lo sano. La norma es rigurosa, y el salomónico veredicto está tomado: el sacrificio, como aseveran desde la Oficina Comarcal Agraria y la Asociación de Defensa Sanitaria. Rotunda decisión para resolver el incómodo entuerto, pues muerto el perro se acabó la rabia.

 

Ante un error de la Administración, no debería exigirse que sea el ciudadano —y en este caso uno de sus animales— quien pague las consecuencias. Existen mecanismos para rectificar casos como este, posiblemente reasignándole otra numeración. Se evitaría así el sacrificio innecesario de un animal sano, al que quedan aún años de vida. La sinrazón de la burocracia: normas nacidas para servir al ciudadano, que se convierten en su perdición. Triste paradoja para este Martes Santo, día en que él será ajusticiado. 

 

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